EL CICLO DE NAVIDAD

EL CICLO DE NAVIDAD

Independientemente de la Pascua, pero en estrecha relación con ella, durante el s. IV comienza a organizarse un nuevo ciclo litúrgico en torno a la memoria de la Encarnación y manifestación de Dios entre los hombres.

En Occidente se crea la memoria del nacimiento de Jesucristo el 25 de diciembre (Navidad), sustituyendo la fiesta pagana del «sol naciente», que se celebraba ese día. En Oriente la misma memoria se establece el 6 de enero (aunque se llamará Epifanía), por ser ése el día en que los paganos honraban en aquellos lugares al «dios sol». A lo largo del s. IV hay intercambios entre Oriente y Occidente, de tal modo que al final de este siglo ambos celebran las dos fiestas como aspectos complementarios de un mismo misterio. También a finales de este siglo las dos efemérides comienzan a ir precedidas de un tiempo de preparación que se llamó adviento. Esta situación ha permanecido substancialmente invariada hasta nuestros días.

1. Adviento

A) Síntesis histórica

Adviento es uno de los elementos más tardíos del año litúrgico. Según parece, surgió en España-Galias a finales del s. IV, como respuesta al deseo allí sentido de dedicar unos días a preparar las fiestas de Navidad y Epifanía. Según el concilio de Tarragona, del año 380, durante 21 días, a partir del 17 de diciembre, los fieles deben acudir diariamente a la Iglesia. Otros concilios de las Galias precisarán que los monjes deben ayunar todos los días del mes de diciembre hasta Navidad (Tours, a. 562) o los lunes, miércoles y viernes desde san Martín (11.XI) hasta Navidad (Magon, a. 481). El tiempo de Adviento tuvo, pues, un origen ascético, penitencial; hasta el extremo de ser considerado en España y las Galias como una semicuaresma.

La Liturgia Romana, que introdujo el Adviento en la segunda mitad del s. VI, adoptó una posición muy distinta, pues lo concibió como un tiempo de gozo y esperanza ante la venida del Señor. Esta característica se conservó incluso cuando, más tarde, se introdujeron elementos penitenciales.

La duración varió según los lugares: 6/5 semanas (España, Galias, Milán), 2 semanas (Bizancio), 4 semanas (rito siro- oriental). En Roma fueron seis semanas al principio, y más tarde cuatro. San Gregorio Magno organizó definitivamente el adviento romano en cuatro semanas.

Durante algún tiempo, Adviento fue objeto de una doble interpretación: días que preparan a la manifestación histórica de Cristo (primera venida) o etapa que resalta la expectación de la última venida del Señor al fin de los tiempos (segunda venida). En Occidente se impuso la idea de que es un tiempo de expectación ante la Navidad («nuevo» nacimiento de Cristo en el misterio litúrgico), mediante la asimilación de los sentimientos que tenía el pueblo elegido mientras esperó al Mesías, y la actualización de los sentimientos cristianos de anhelo del retorno del Señor; es decir, una síntesis armónica de expectación ante la venida histórica y escatológica de Cristo.

Según el Calendario Romano actual, «el tiempo de Adviento tiene una doble característica: es el tiempo de preparación a las solemnidades de la Navidad— en las que se conmemora la primera venida del Hijo de Dios a los hombres— y, a la vez, el tiempo en el cual, mediante este recuerdo, las mentes se dirigen a las expectativas de la segunda venida de Cristo al final de los siglos. Por este doble motivo Adviento se presenta como tiempo de la gozosa y devota expectativa» (n. 39). «Adviento comienza con las primeras vísperas del domingo más próximo al 30 de noviembre y termina antes de las primeras vísperas del día de Navidad. Los domingos se llaman I, II, III, y IV de Adviento. Las ferias comprendidas entre el 17 y 24 de diciembre inclusive se ordenan de un modo más directo a preparar la Navidad» (CR, nn. 40-42).

B) Sentido actual del Adviento

Adviento es el tiempo fuerte de la esperanza cristiana. Esa esperanza está orientada hacia la parusía final durante las primeras semanas; a partir del día 17 de diciembre la esperanza se orienta hacia la celebración del nacimiento histórico de Cristo, que se actualiza sacramentalmente en la liturgia de la fiesta de Navidad.

El hecho de que Adviento se abra con la esperanza escatológica (parusía final), explica la presencia de textos apocalípticos relacionados con los últimos tiempos, que reclaman la vigilancia; una vigilancia que está tejida de fidelidad a la propia vocación, de lucha por conformarse con las exigencias que Dios hace sentir al alma y de sacrificio generoso. En este clima se comprende bien el alcance de la invitación del Bautista a preparar los caminos del Señor; una invitación llena de dinamismo y responsabilidad, y que debe proyectarse sobre la propia vida y el entorno social en que está inmersa. De este modo, la espera escatológica, lejos de invitar a la inhibición o al espiritualismo, se convierte en estímulo eficaz para el compromiso cristiano, a fin de adecuar la creación entera con el proyecto que Dios tiene sobre ella.

La esperanza escatológica no queda invalidada ni menguada por la presencia permanente de Cristo en su Iglesia y entre nosotros, en cumplimiento de su promesa; pues, si bien es una presencia real, no es una presencia definitiva. Se trata de lo que los teólogos llaman el «ya pero todavía no». Esto es aplicable a nivel social, eclesial y personal, puesto que el mundo, la Iglesia y cada persona, a la vez que experimentan la presencia de Cristo, sienten la necesidad de su venida definitiva.

Para potenciar esta espera mesiánica definitiva, la liturgia deja oír la voz de algunos personajes que la han encarnado y proclamado con especial fuerza: Isaías, prototipo del ansia veterotestamentaria del Mesías; Juan el Bautista, modelo del itinerario que lleva al encuentro con el verdadero Mesías; y María, Aurora que anuncia la llegada inminente del Salvador esperado por las naciones y cumbre de la esperanza del mundo hebreo. Estos tres personajes son los grandes modelos del Adviento de la Iglesia y de cada bautizado, así como los inspiradores de la esperanza cristiana, tanto litúrgica como existencial.

Adviento es, por tanto, el tiempo que, partiendo del hecho ya ocurrido de la primera venida histórica de Cristo, orienta a la venida última y definitiva y a la venida sacramental en la liturgia de Navidad; donde se actualiza, en el misterio, la venida histórica y se realiza, también mistéricamente, el anticipo de la última y definitiva venida.

C) Liturgia del Adviento actual

a) Las oraciones

Las oraciones colectas (son las que recogen el pensamiento fundamental de este tiempo, ya que las «sobre las ofrendas» y «después de la comunión» están muy unidas a la Eucaristía) proceden del llamado «Rótulo de Ravena» (s. V-VI) y del sacramentario Gelasiano Antiguo (s. VII). El tema constante es la venida de Cristo, bien en la Encarnación (primera venida), bien al final de los tiempos (segunda venida). A partir del 17 de diciembre se acentúa la celebración del nacimiento de Cristo (primera venida).

Según estos textos, el Adviento es la preparación a la venida de Jesucristo, venida que normalmente —aunque no exclusivamente— se identifica con la venida histórica o escatológica del Señor. Una y otra, sin embargo, se contemplan en íntima relación mutua, pues la celebración del nacimiento de Jesús prepara nuestro encuentro definitivo con El, y la primera venida inicia lo que consuma la segunda.

En las colectas que se refieren al nacimiento de Cristo (primera venida) destacan dos temas, que, por otra parte, están íntimamente unidos: el cristológico y el mariano.

Por lo que se refiere al primero, los textos no se sitúan en un contexto pre-cristiano —pues no olvidan que Jesucristo ya ha venido— sino salvífico: la Iglesia espera la venida de Cristo que viene a redimirnos; por eso se prepara a celebrar tan gozoso acontecimiento con renovada alegría. Las colectas de Adviento no se cierran, por tanto, en el hecho histórico del nacimiento del Señor sino que manifiestan la íntima unidad del misterio de Cristo como misterio de salvación Esta unidad entre Encarnación-Muerte-Resurrección está muy marcada en la colecta del IV domingo: «Infunde, Señor, tu gracia en nuestras almas, para que los que hemos conocido el misterio de la Encarnación de Jesucristo, tu Hijo, por su Pasión y Cruz alcancemos la gloria de la resurrección».

El tema mariano está muy subrayado durante todo el Adviento, especialmente en el IV domingo y en las ferias del 17 al 24 de diciembre. Las colectas insisten en la Encarnación del Verbo en el seno virginal de María y en la Maternidad Divina y Virginal de Nuestra Señora. De este modo, María queda asociada al misterio de la Encarnación y, a través de él, al entero misterio de Cristo. Esta perspectiva está sugestivamente expuesta en la colecta del 20 de diciembre, que dice así: «Señor y Dios nuestro, a cuyo designio se sometió la Virgen Inmaculada aceptando, al anunciárselo el ángel, encarnar en su seno a tu Hijo: Tú, que la has transformado, por obra del Espíritu Santo, en templo de tu divinidad, concédenos, siguiendo su ejemplo, la gracia de aceptar tus designios con humildad de corazón» (MRE, p. 153). Nótese que la actitud de María ante el misterio de la Encarnación se nos presenta como modelo que nosotros hemos de imitar al celebrar este misterio.

b) Las lecturas

Las lecturas de Adviento se agrupan en torno a los domingos y a las ferias; éstas, a su vez, tienen dos series: hasta el 16 de diciembre, y desde el 17 al 24 de diciembre.

Lecturas dominicales. Las lecturas evangélicas de los tres ciclos tienen un carácter específico: se refieren a la última y definitiva venida de Cristo al final de los tiempos (I), a Juan el Bautista, que anuncia la venida de Cristo (II y III), y a los sucesos que preparan próximamente el nacimiento del Señor (IV).

Las lecturas veterotestamentarias son profecías relativas al futuro Mesías. Las perícopas del Apóstol son exhortaciones e indicaciones en consonancia con la naturaleza del tiempo.

Las lecturas dominicales configuran, por tanto, el Adviento como un tiempo que celebra y prepara la venida histórica y escatológica de Jesucristo.

Lecturas feriales. Las lecturas feriales de la primera parte de Adviento se toman del profeta Isaías que, mirando al futuro, anuncia «la gran buena nueva» de la liberación de Israel por parte de Dios. La lectura del evangelio ha sido seleccionada de acuerdo con el tema de la primera.

A partir del jueves de la segunda semana, las lecturas del evangelio tratan de Juan Bautista; mientras que la primera continúa la lectura de Isaías o un texto relacionado con el evangelio.

En la semana inmediatamente anterior a la Navidad, las lecturas evangélicas, tomadas de san Mateo (cap. I) y san Lucas (cap. I), proponen los sucesos que preparan de un modo inmediato al nacimiento del Señor. La primera lectura ha sido seleccionada conforme al evangelio y ofrece algunas profecías mesiánicas de gran importancia.

Como se ve, las lecturas feriales insisten en el Adviento como preparaciónn a la venida natalicia de Cristo.

c) Los prefacios

La liturgia del Adviento actual tiene dos prefacios propios.

El primero —una composición relativamente nueva en base, sobre todo, a dos antiguos prefacios del Veronense— trata de la doble venida de Crista la primera, «en la humildad de nuestra carne» y la definitiva, «cuando venga de nuevo en la majestad de su gloria». Una y otra están íntimamente relacionadas, pues la primera, además del «cumplimiento de la antigua promesa», es la garantía de poseer al final la plenitud «que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar ». La vida cristiana está inserta, por tanto, en esta tensión escatológica y es una expectante espera de la última venida de Cristo.

El segundo —resultado de centonizar textos bíblicos y litúrgicos, entre los cuales destaca un prefacio del Veronense— está dividido en dos partes. En la primera se habla de Cristo «anunciado» por los profetas, esperado y engendrado por la Virgen y presentado y proclamado por el Bautista. Está centrado, por tanto, en la preparación a la venida histórica de Cristo. En la segunda se pasa de la espera del hecho histórico a la indicación de los sentimientos que deben caracterizar la celebración litúrgica de ese suceso: alegría y vigilancia, sobre todo en la oración, las cuales condicionan la alegría verdadera de la Navidad.

2. Navidad - Epifanía

A) Síntesis histórica de la Navidad

Sobre el origen de Navidad existen dos hipótesis. Según unos, se trataría de la cristianización de una fiesta solar. Para otros, estaría relacionada con la fecha de la muerte de Cristo. La mayoría de los autores se inclina por la primera y la explica de este modo.

El 25 de diciembre del 274, Aureliano dedicó un templo al Sol Invictus. Esta fiesta del solsticio de invierno fue recurso constante entre los paganos, y pasó al calendario juliano como Natalis Solis Invicti. Ella provocaría en el siglo IV el nacimiento de la fiesta cristiana occidental de la Natividad del Señor en Belén.

Nuestra opinión comparte esta hipótesis, por lo que consideramos Navidad como una réplica de la fiesta pagana del Sol invencible y divino, que se celebraba el día 25 de diciembre, por considerarse que era el día que sigue a la noche más larga del año, es decir, el día que nace el Sol. De este modo, se cristianizaba una solemnidad pagana, a la vez que se atacaba al arrianismo, al plasmar litúrgicamente el dogma de Nicea. No hay que descartar que el 25 de diciembre fuera escogido también por razones simbólico-astronómicas, según las cuales, así como la Encarnación había ocurrido el 25 de marzo (equinoccio de primavera), nueve meses después, es decir, el 25 de diciembre, debía ocurrir su nacimiento.

Era lógico que su cuna de nacimiento fuera Roma, capital del Imperio, ya que el paganismo tenía allí aún mucha fuerza en el primer tercio del s. IV, fecha de la aparición de la Navidad (entre el año 325 y 335). A finales de este siglo pasa a África (ca. 360), Norte de Italia (ca. 383), España (ca. 380), y a casi todas las iglesias de Oriente, donde ya se celebraba la Epifanía. San Basilio, por ejemplo, deja constancia de que en Capadocia se celebrba, al menos, entre el 370 y 380.

Al principio Navidad conmemoró un hecho histórico: el Natale Domini (= el nacimiento del Señor), que suplantaba al natale del sol invicto pagano. Más tarde, a consecuencia de las disputas de Arrio y Nestorio, deviene fiesta del misterio de la unión hipostática; secundariamente es también la fiesta del misterio nupcial de Cristo y la Iglesia. Sin embargo, Navidad fue siempre una fiesta en la que la comunidad cristiana celebraba la apparitio Domini in carne, en expresión de San Agustín y San León.

En el s. V comenzó a celebrarse la octava de Navidad. En Roma tenía unas características especiales, pues en ella se celebraban varias fiestas de santos: san Esteban (26.XII), san Juan Evangelista (27.XII) y los santos Inocentes (28.XII). Se trata de unos santos que tuvieron una especial cercanía, carnal y espiritual, con Cristo.

La primitiva celebración de la Navidad sólo incluía una misa que se celebraba en la Basílica de san Pedro a la hora de tercia. Durante el pontificado de Sixto III (a. 432-440) se introdujo la costumbre de celebrar una misa «a medianoche » en Santa María la Mayor, Basílica del Pesebre. En el siglo VI, la misa que se celebraba desde un siglo antes en el «Título de Anastasia», en el Palacio Palatino, conmemorando el nacimiento de dicha santa, se convirtió en la «misa de aurora». La costumbre romana de celebrar tres misas, como el Papa, no se generalizó hasta el s. XVI.

B) Síntesis histórica de la Epifanía

Sobre el origen de Epifanía existen cuatro hipótesis. Según unos, es la cristianización de una fiesta pagana. Para otros, es la fecha de un antiguo solsticio de invierno. Un tercer grupo la relaciona con el nacimiento de Jesús. Finalmente, algunos creen poder relacionarla con la fecha de la Pascua.

Según la primera hipótesis, en Oriente estaba muy extendida una fiesta dedicada a Dionisos; fiesta que habría cristianizado la iglesia oriental como había hecho la occidental con la de Navidad.

Contra esta opinión está el hecho de que las pruebas a favor de la fiesta pagana oriental son mucho menos consistentes que las de la fiesta romana del siglo III.

La segunda hipótesis se apoya en el hecho de que en Egipto, en tiempo de Amenemhet I (1996 antes de Cristo), el solsticio de invierno caía el día 6 de enero del calendario juliano. Los cálculos astronómicos en que se apoyan sus defensores son precisos pero sin base histórica; pues no se explica que los historiadores hayan ignorado sistemáticamente la existencia de un solsticio el 6 de enero. No se trata de un olvido, sino de un solsticio que nunca existió.

La tercera hipótesis explica la Epifanía a partir del nacimiento de Cristo. Según sus seguidores, tal fecha se calculó a partir de la muerte de Cómmodo, la cual, según el calendario juliano, había ocurrido el 6 de enero. Parece que Clemente de Alejandría tuvo en sus manos una fuente procedente de la gran iglesia de Alejandría, según la cual Cómmodo había muerto el 192. Computando esa fecha con la época en que escribió Clemente sus Stromata (donde da cuenta de la existencia de un doble calendario) hacia el 202, Jesús habría nacido en Belén un 6 de enero.

Una última hipótesis relaciona la Epifanía con la Pascua del modo siguiente.

La reforma del calendario asiático, realizada el año 9 antes de Jesucristo, tomó como día del nacimiento de Augusto y día primero del año el día noveno de las calendas de octubre; es decir: el 23 de septiembre. Dado que todos los meses debían tener el mismo número de días que en Roma, el primer día del mes de primavera —el Artémisios— comenzaba el día noveno de las calendas de abril, es decir, el día 24 de marzo, por lo que la pascua de los cuatordecimanos, que se celebraba 14 días después, caía el 6 de abril del calendario solar. A partir de ella se habría fijado el 6 de enero como día del nacimiento del Señor.

La primera hipótesis —no obstante lo dicho anteriormente— es la más aceptable. En consecuencia, mientras en Occidente nacía la Navidad, en Oriente se creaba el 6 de enero la fiesta de la Epifanía (o Teofanía o fiesta de la iluminación) con el mismo objetivo: cristianizar la fiesta pagana del Sol naciente.

Se desconoce si el objeto primario de la Epifanía fue idéntico en todas las Iglesias de Oriente; pues, mientras la de Jerusalén, en el s. IV, conmemoraba sólo el nacimiento de Cristo, las de Egipto —según el testimonio de Casiano— añadían también el Bautismo del Señor, interpretado como manifestación solemne de su divinidad y como inicio de la iluminación de los hombres, dado que en el Bautismo comenzó la predicación de la Buena Nueva. No faltaron incluso Iglesias que a la conmemoración del nacimiento de Cristo añadieron la memoria de Cana de Galilea, donde el Mesías «manifestó su gloria» con el primer milagro.

Todas estas tradiciones debieron confluir cuando se generalizó la fiesta de la Epifanía. Sin embargo, al llegar a Oriente la fiesta que Occidente había instituido para conmemorar el nacimiento del Señor (Navidad) y ser admitida por la mayoría de las Iglesias, Epifanía se fue limitando a ser la «memoria» del hecho concreto del Bautismo de Cristo. Esta orientación, que tuvo lugar en pleno s. IV en muchas partes, ha persistido en las Iglesias bizantina, copta, etc.

Así como Oriente incorporó la fiesta occidental de Navidad, también Occidente acogió la fiesta oriental de Epifanía. Esto sucedió en las Galias, hacia el 361; de allí pasó a las liturgias Romana (s.V) e Hispánica (ca. 380), con el nombre de Aparición o Epifanía. El contenido que la tradición occidental asignó a la fiesta, se centraba en estos tres misterios: la adoración de los magos, el bautismo de Jesús y las bodas de Cana. En las Galias al principio celebraban el nacimiento de Cristo; en España se conmemoraba la adoración de los Magos.

Según el Calendario Romano vigente, el tiempo de Navidad tiene la siguiente estructura:

—«se extiende desde las primeras vísperas de la Natividad del Señor hasta el domingo después de Epifanía o después del 6 de enero, inclusive» (n. 37);

—«la misa de la Vigilia de Navidad se dice la tarde del 24 de diciembre antes o después de primeras vísperas. El día de Navidad pueden celebrarse tres misas, de acuerdo con la antigua tradición romana, a saber: en la noche, a la aurora, y durante el día» (n. 34);

—«la Navidad tiene su octava ordenada de este modo:

a) en el domingo dentro de la octava se hace la fiesta de la Sagrada familia;

b) el día 26 se hace la fiesta de san Esteban, protomártir;

c) el día 27 se hace la fiesta de san Juan, Apóstol y Evangelista;

d) el día 28 se hace la fiesta de los santos Inocentes;

e) los días 29, 30, y 31 son días infraoctavos;

f) el día 1 de enero, en la octava de Navidad, se hace la Solemnidad de Santa María, la Madre de Dios, en la que se conmemora también la imposición del Nombre de Jesús» (n. 35).

—«El domingo que ocurre entre el 2 al 5 de enero es el domingo II después de Navidad» (n. 36).

—La Epifanía del Señor se celebra el 6 de enero, a no ser que, donde no se haya de guardar de precepto, fuese asignada al domingo que ocurre entre el 2 y el 8 de enero» (n. 37).

—«En el domingo que ocurre después del 6 de enero se hace la fiesta del Bautismo del Señor» (n. 38).

C) Celebración litúrgica navideña

a) Día de Navidad

a') Misa de medianoche. El tema central de la misa de medianoche se encuentra en el allelluia que precede al evangelio: «Os traigo la Buena Noticia, os ha nacido el Salvador, el Mesías, el Señor». De El se hacen eco las lecturas: un Hijo se nos ha dado (Is, 9, 1-6), ha aparecido la gloria de Dios que nos trae la salvación (Tit. 2,11-14), ha nacido el Mesías, el Redentor (Lc. 2, 1-14). El prefacio matiza el tema, al poner de relieve el carácter sacramental de la Encarnación, la cual inaugura la vida sacramental de la Iglesia y de todo cristiano.

b') La misa de la aurora insiste sobre la alegría. Es una consecuencia necesaria del hecho salvífico de la aparición del Salvador: puesto que ha venido nuestro Salvador, alegrémonos. También insiste en la iluminación. Ambos temas son complementarios.

c') La misa del día está polarizada en torno a estas palabras del canto de entrada: «Un Niño nos ha nacido, un Hijo se nos ha dado». Las lecturas aclaran que se trata de un Niño que anuncia la paz y la buena noticia de la salvación (primera), que habían sido profetizadas en la antigua economía (segunda), por cuanto es el Verbo Encarnado por nuestra salvación (tercera).

Según esto, la liturgia no concibe la Navidad sólo como el recuerdo del hecho histórico del nacimiento de Cristo; sino como la actualización, en el misterio, de la salvación que Cristo inauguró con su Encarnación. Tal actualización comporta un encuentro personal con Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre; lo cual supone rechazar cualquier nestorianismo y eutiquianismo, que reducirían la salvación a una realidad meramente humana (horizontalismo radical) o a algo sin ninguna referencia a los valores y realidades humanas (falso esplritualismo). Se trata, pues, de un encuentro transformante, que lleva consigo la incorporación a la nueva vida instaurada por Cristo: «Reconoce, oh cristiano, tu dignidad; y puesto que has sido hecho partícipe de la naturaleza divina, no pienses en volver, con un comportamiento indigno, a las antiguas vilezas» (S. León).

b) Fiesta de la Sagrada Familia

La liturgia de esta fiesta, que se celebra el domingo infraoctava de Navidad, se centra en las virtudes domésticas de la familia de Nazaret, que es propuesta como ideal de todas las familias cristianas: «Dios, Padre Santo, que has propuesto a la S. Familia como maravilloso ejemplo a los ojos de tu Pueblo, concédenos, te rogamos, que imitando sus virtudes domésticas y su unión en el amor, lleguemos a gozar de los premios eternos en el hogar del Cielo» (Colecta). De esa ejemplaridad tratan también la oración poscomunión y las lecturas primera (respeto a los padres) y segunda (exhortación a vivir determinadas virtudes domésticas); incluso la tercera lectura se refiere a la infancia de Jesús y engloba el comportamiento de sus padres respecto a El.

Las circunstancias actuales por las que está atravesando la familia y, más en concreto, la familia cristiana justifican la celebración litúrgica de esta fiesta, incluso con gran relieve, sin temor a oscurecer el misterio de la Navidad; ya que el misterio que celebra es una manifestación nueva de la inserción de Cristo en la vida de los hombres y del comportamiento de María y José en la historia de la salvación.

c) Solemnidad de Santa María, Madre de Dios

La «memoria» litúrgica de Santa María, Madre de Dios, es la festividad litúrgica mañana más antigua en Occidente. No es improbable que la Liturgia Romana la celebrase el 1 de enero, cambiándola más tarde por la Circuncisión, y que la normativa del último Calendario Romano sea una restauración del sentido y de la fecha primitivos.

La maternidad divina de María ocupa el centro de esta celebración; sin embargo la Iglesia tiene en cuenta el comienzo del año, la Circuncisión del Señor y la imposición del nombre de Jesús al Niño nacido en Belén.

Los textos insisten en la maternidad divina y virginal de Santa María. Así, la colecta menciona explícitamente «la maternidad virginal de María»; el prefacio celebra a María que concibió a su Hijo por obra del Espíritu Santo; y la segunda y tercera lecturas hablan de María como Madre de Dios.

La maternidad de María es contemplada menos como un privilegio que como manifestación del papel privilegiado que ocupa Nuestra Señora en la obra de la salvación. Como señalan los textos, por Ella «hemos recibido a Jesucristo, autor de la vida» (colecta) y Ella ha hecho posible «celebrar el misterio de nuestra salvación» (oración sobre las ofrendas).

d) Domingo II de Navidad

Los textos continúan centrándose en la contemplación del misterio de la Encarnación. Esto se advierte especialmente en las lecturas primera y tercera, que refieren la Encarnación de la Sabiduría (primera) y del Verbo (evangelio). Las oraciones glosan el carácter salvífico de la misma.

D) Celebración litúrgica de la Epifanía

La celebración litúrgica de la Epifanía gira en torno a la universalidad de la salvación realizada por Cristo.

Las lecturas refieren la vocación salvífica de los gentiles, vocación que fue anunciada por los profetas (1a lect.) y realizada en Cristo (2a y 3a ), en quien culmina y se manifiesta el plan trinitario, según el cual todos los hombres están destinados a la salvación y a ser hijos adoptivos de Dios. En esa perspectiva hay que leer el relato de los Magos, evitando una interpretación meramente anecdótica o rebajada del gran texto de Mt. 2, 1-12.

La colecta y el prefacio también se centran en la vocación salvífica de los gentiles: «Tú, que en este día revelaste a tu Hijo Unigénito a los pueblos gentiles» (colecta), manifestando «el verdadero misterio de nuestra salvación...» (prefacio). Así mismo, ésa es la perspectiva de la oración sobre las ofrendas, que ve en los presentes ofrecidos por los Magos, «los dones de tu Iglesia, que no son oro, incienso y mirra, sino Jesucristo, tu Hijo, al que aquellos dones representan».

La síntesis teológico-litúrgica se encuentra en el prefacio: «Hoy has revelado en Cristo... el verdadero misterio de nuestra salvación; pues al manifestarse Cristo en nuestra carne mortal, nos hiciste partícipes de la gloria de su inmortalidad ».

E) Fiesta del Bautismo del Señor

En el domingo siguiente al 6 de enero, que ocupa el lugar del «primer domingo del tiempo ordinario», la Iglesia celebra la fiesta del Bautismo del Señor. El misterio de la misma está muy claramente expuesto en el prefacio: el Bautismo de Cristo en el Jordán revela a) el sentido del nuevo Bautismo, b) la presencia de la Palabra en el mundo y c) la mesianidad de Jesucristo. Hay, por tanto, tres grandes misterios: la divinnidad de Jesucristo («Este es mi Hijo»), la manifestación de la salvación realizada por Él («Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo») y su unción mesiánica. Se trata, en consecuencia, de una fiesta muy relacionada con la Epifanía.

Las lecturas se han seleccionado teniendo en cuenta el misterio que se celebra. Las evangélicas, distintas en los tres ciclos, relatan el Bautismo de Cristo en el Jordán según los tres sinópticos; las otras dos, que se repiten todos los años, hablan de la unción de Cristo por el Espíritu Santo (segunda) y de su elección como Mesías-Redentor (primera).

Las oraciones insisten en uno u otro aspecto del misterio del Bautismo en el Jordán: Cristo a) es el Hijo Único de Dios y el ungido por el Espíritu Santo, que ha hecho partícipes de su unción a los bautizados por el agua y el Espíritu (colecta); b) el Cordero que quita el pecado del mundo a través del sacrificio eucarístico (sobre las ofrendas); y c) la Palabra que debe ser escuchada y aceptada por quienes han sido hechos hijos de adopción ( después de la comunión).

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