EL LUGAR DE LA CELEBRACIÓN

EL LUGAR DE LA CELEBRACIÓN:
LA IGLESIA

Cristo es el único y verdadero Templo donde el Pueblo de la Nueva Alianza realiza el culto agradable al Padre. Sin embargo, el carácter social y visible de ese Pueblo, exige lugares cultuales. Así lo entendieron ya los primeros cristianos y así lo siguieron comprendiendo y realizando las generaciones cristianas posteriores, las cuales sembraron de iglesias y de otros monumentos cultuales todas las épocas y geografías. La reforma llevada a cabo a instancias del último Concilio Ecuménico, lejos de rectificar esta actitud, la ha ratificado y enriquecido.

1. Visión histórica de conjunto

A) Las «domus ecclesiae» y los «títulos».

Los primeros cristianos celebraron la Eucaristía en sus propias casas, pues carecían de lugares propios para el culto. Probablemente eligieron la parte llamada por los griegos anógaion o yperoon, que estaba situada encima de la planta y se reservaba a las grandes fiestas familiares. En efecto, en una de esas salas se hallaban reunidos los Apóstoles el día de Pentecostés (Act. 2, 46) y los cristianos de Tróade, cuando san Pablo celebró con ellos la Eucaristía previa a su partida (Act. 20, 7). Técnicamente se las designa «domus ecclesiae» o «ecclesiae domesticae». A ellas se refieren frecuentemente los Hechos (Act. 12, 12; 18, 7; 19, 9) y las cartas (Fil. 2; Col. 4, 15; Rm. 16, 3-5; 1 Cor, 16, 19).


Una de las más antiguas domus ecclesiae conocidas se encontró en la ciudad de Dura Europos, en la actual Siria, datada en el año 232. Tenía una decoración basada en escenas bíblicas del Antiguo y Nuevo Testamento, como el Buen Pastor, Adán y Eva o Cristo caminando sobre el agua.
 
Los cristianos de Roma siguieron el ejemplo de sus primeros hermanos en la fe, reuniéndose en alguna de las casas de los patricios convertidos.

Estas casas tenían tres grandes espacios: el atrio, el peristilo y la sala.

El atrio —situado junto a la puerta de entrada y salida— era rectangular, sin columnas y abierto al aire libre, excepto en los cuatro lados. En el centro tenía un implubium donde se recogían las aguas de lluvia. Parece que los catecúmenos se situaban en el atrio.

El peristilo era la vivienda familiar propiamente dicha. Tenía mayor amplitud que el atrio —del que estaba separado por una verja— y estaba rodeado completamente de majestuosas columnas. Se cree que en él se colocaban los bautizados, en dos grupos: los hombres y las mujeres.

La sala o oecus estaba situada al fondo del peristilo y equivalía a la sala de estar o de recibir de nuestras casas. Era la parte más noble de la vivienda. En ella se situaba el obispo y su presbiterio. Tal disposición les permitía ver a todos y ser vistos por todos.


Casa típica de un patricio romano.
 
Estas «domus ecclesiae» se destinaron originariamente al culto sólo en el momento de celebración litúrgica. Más tarde se convirtieron en lugares exclusivamente cultuales, aunque exteriormente seguían pareciendo casas normales. Según parece, debieron de ser numerosas; es significativo, en efecto, que varios de los veinticinco «Titulus» (o basílicas presbiteriales enumeradas por el Liber Pontificalis) no lleven el nombre de un mártir sino el de su primitivo propietario o fundador.

Antes de la paz constantiniana no existe un modelo arquitectónico: cada uno de los edificios construidos o adaptados para el culto adopta una solución propia.

B) La basílica

Aunque en el siglo II ya existían lugares específicos de culto, a partir del Edicto de Milán (a. 313) se multiplicaron rápidamente, siguiendo un modelo arquitectónico: el de la basílca latina, nombre con el que los romanos designaban una gran sala o edificio, público o privado pero noble, y que los escritores de los siglos IV y V aplicaron a todas las iglesias, especialmente a ciertas construcciones grandiosas del tiempo de Constantino.

La basílica latina tenía tres partes: el atrio, las naves y el santuario.

El atrio era un patio cuadrangular, abierto, rodeado generalmente de un pórtico de columnas y con una fuente en medio, destinada a las abluciones simbólicas. En el pórtico se situaban los catecúmenos.

Las naves constituían la basílica propiamente tal. Era un espacio rectangular, dos veces más largo que ancho, dividido por filas de columnas en tres o cinco naves, siendo la central la más alta. Los fieles se situaban en las naves laterales: los hombres a la derecha y las mujeres a la izquierda. La nave central quedaba libre ordinariamente.

Al final de ésta, aunque en un plano un poco más elevado, estaba el santuario, que terminaba en un ábside semicircular, en cuyo fondo se levantaba la cátedra episcopal, rodeada de bancos de piedra para los presbíteros. Delante de la cátedra se encontraba el altar, hacia el cual convergía espontáneamente la mirada y el interés de todos los presentes: el clero y el pueblo.

Además de este modelo, clásico en Occidente, en Oriente estuvo muy extendido un edificio de planta concéntrica, octogonal, redonda o en forma de cruz, con cuatro o más exedras coronadas con una cúpula. Las primeras basílicas orientales en planta central inspiraron los elementos arquitectónicos de las basílicas bizantinas, cuyo tipo más perfecto y grandioso es la de Santa Sofía de Constantinopla (s. VI).

Las basílicas orientales tenían el ábside orientado hacia el saliente o aurora, coincidiendo así con la actitud que adoptaban los fieles mientras oraban con los brazos en alto. Este hecho influyó en la orientación de las iglesias occidentales. Desde los tiempos de Constantino las basílicas se construyeron encima del sepulcro de mártires insignes, entre los que destacaba el del Príncipe de los Apóstoles. Esto explica la construcción de la primitiva basílica de San Pedro, junto al circo de Nerón, y la de san Pablo, extramuros. El eje vertical del altar coincidía con la tumba del mártir y se le llamó «confesión».

C) Las iglesias románicas

Durante los siglos VI-XI las iglesias occidentales se construyeron casi siempre según el esquema de la clásica basílica romana. Sin embargo, entre el final del siglo VIII y todo el siglo IX surgió en Italia septentrional y en Francia un nuevo estilo, que se impuso vigorosamente en todo el Occidente desde el año mil.


Iglesia Románica.
 
Este nuevo estilo era el resultante de mezclar elementos bárbaros, orientales y reminiscencias clásicas. Recibió el nombre de románico, por ser una derivación del arte romano. Las características principales de las iglesias románicas son las siguientes: a) tienen tres naves, de las cuales la central es el doble de larga que las laterales y está separada de ellas frecuentemente por pilares de piedra, aislados o reunidos en forma de haz; b) el presbiterio está mucho más elevado que el plano de la iglesia; y c) las ventanas son pocas y estrechas, dejando pasar poca luz (románico primitivo), salvo en la época tardía.

La arquitectura románica proporcionó a la Iglesia un tipo de construcción religiosa muy adaptada a sus necesidades. Este objetivo habría alcanzado mucha mayor perfección si el románico hubiera seguido una evolución normal.

D) Las iglesias góticas

Pero los arquitectos encontraron un sistema de bóveda tan radicalmente distinto que dio lugar a un nuevo estilo: el gótico u ojival. «La iglesia cristiana sufrió entonces el vértigo de la altura, de la amplitud y de la luminosidad».


Catedral gótica.
 
Las iglesias góticas se caracterizan por un acusado verticalismo: en ellas todo invita a dirigir la mirada hacia lo alto. Por otra parte, su expresión más grandiosa —las catedrales— evidencia que la «domus ecclesiae» se ha convertido en un monumento a la gloria de Dios.

«El arte gótico, inspirado por la liturgia y por el profundo simbolismo cristiano del Medievo ... ideó y fundió maravillosamente, junto con las masas arquitectónicas del edificio, la más completa y grandiosa iconografía que haya sido jamás realizada por el arte cristiano. Este, sobre los portales y los tímpanos, bajo la guía y el impulso de los monjes y del clero, ha expresado en delicadas estatuarias y con una eficacia hasta entonces desconocida, el vasto conjunto de la enseñanza dogmática católica: la creación, la caída, la redención de Cristo, su nacimiento de María Virgen, su pasión y muerte, su resurrección, su glorificación a la diestra del Padre, su final juicio sobre vivos y muertos».

E) Las iglesias renacentistas

El movimiento renacentista, con el retorno a lo clásico, provocó en la arquitectura religiosa una imitación de los templos paganos grecolatinos. Surgen así unas iglesias en las que el equilibrio de las formas y el predominio de la razón suplantan al lirismo de expresión y al simbolismo del gótico. En esta época (siglos XV-XVI) se ponen de moda las iglesias de planta central.

Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XVI aparece un nuevo tipo de iglesia, caracterizada por tener una sola nave en forma de aula y muy luminosa, rodeada a los lados por pequeñas capillas. Este tipo de construcción, semejante al aula central de las basílicas antiguas —si exceptuamos las capillas—, respondía al deseo práctico de tener un espacio que permitiese ver fácilmente al altar y al celebrante y que fuese apto para la predicación, que alcanzó gran auge a partir de las disposiciones tridentinas.

F) Las iglesias barrocas


Catedral de Chihuahua
 
El nuevo estilo encontró una acogida entusiasta por parte del pueblo, pues era muy apto para las celebraciones fastuosas. Precisamente, la excesiva fastuosidad y los gustos de la época motivaron un estilo arquitectónico especial, conocido con el nombre de barroco.

El barroco se caracteriza por el uso exagerado de la línea curva y quebrada. Su originalidad no radica tanto en lo constructivo cuanto en lo decorativo y ornamental. Aunque pueda discutirse el influjo que ejerció en la formación espiritual de las últimas generaciones, parece que ha sido la última creación artística que ha dejado una impronta duradera en los edificios de culto.

G) Las iglesias modernas

Durante los siglos XVIII-XX los constructores de iglesias no son creadores sino restauracionistas. Así, en la segunda mitad del siglo XVIII se imita el antiguo clasicismo, mientras que en el romanticismo se produce un retorno a los estilos medievales.


Basílica de Guadalupe
 
El siglo XX ha conocido diversos intentos arquitectónicos; pero no obstante la calificación habitual de «arte moderno », no parece que pueda hablarse de un estilo verdaderamente nuevo. Hay, ciertamente, algunas coincidencias en todas las construcciones: funcionalidad, sencillez, etcétera. Pero «el criterio antiguo, ya expresado por Vitrubio, de que la arquitectura debe realizar las tres condiciones de la utilitas, de la firmitas y de la venustas, es rechazado de plano. Grandes masas rectangulares, fachadas altas y desnudas, largos vacíos con vidrieras, a través de las cuales pasan el aire y la luz en abundancia: he aquí cómo ven los artistas modernos los nuevos edificios.

2. Teología de la iglesia como lugar cultual

A) La iglesia, lugar cultual de la ekklesía

Los primeros cristianos, pobres de bienes temporales y ciudadanos de una sociedad frecuentemente hostil a sus creencias, se sintieron sin embargo señores del universo desde el momento en que podían pacificarlo con su Creador, ofreciendo «en todo lugar» la Víctima Sagrada. Para ellos, lo esencial era la ofrenda que el sacerdote hacía al Padre. Una mesita para colocarla y un recinto donde congregarse la comunidad cristiana bastaban para realizar esa acción divina.

Los cristianos de Roma rechazaron el término templum, que utilizaban los paganos, prefiriendo aplicar el nombre ecclesia —que etimológicamente significa convocación y en lenguaje clásico la asamblea de los ciudadanos libres al edificio material donde se congregaban.

El nombre latino ecclesia orienta hacia aquel en favor del cual se destina el edificio: la comunidad; el griego Kyriakon en cambio, manifiesta quién es el Señor en cuyo honor la asamblea, que está reunida, celebra su acción. Ambos aspectos se integran y complementan, pero el que revela la esencia original del templo cristiano es el primero: la comunidad (es el lugar donde se reúne la comunidad para celebrar el culto).

Según esto, las iglesias han de ser construidas, reconstruidas o adaptadas de tal modo que sean «como una imagen de la asamblea reunida, que permita un proporcionado orden de todos, y que favorezca la perfecta ejecución de cada uno de los ministerios» (OGMR, 257). Este principio implica que el altar, la sede, el ambón y el lugar destinado a los fieles conviertan a la iglesia en un espacio orgánicamente articulado, que transparente a la Iglesia como Pueblo de Dios jerárquicamente organizado.

B) La iglesia, casa de Dios

Desde que, en la Edad Media, el sagrario pasó a primer plano en la piedad occidental, como consecuencia de las controversias eucarísticas, los cristianos tienden espontáneamente a llamar a la Iglesia «la casa de Dios», puesto que Él habita sacramentalmente en el sagrario y, por extensión, en todo el recinto sacro.

Es innegable que esta interpretación es legítima, pues Jesucristo está realmente presente, como Dios y como Hombre, en el sagrario y en la Iglesia. En cierto sentido puede decirse que la iglesia es «la casa o morada de Dios».

Ahora bien, esta interpretación no es la más antigua ni la más teológica. En efecto, los primeros cristianos tenían muy arraigada la idea de que Dios no habita «en templos construidos por el hombre» (Act. 17, 20) —como pensaban los judíos y los paganos—, idea muy insistente en la enseñanza paulina, según la cual ellos mismos (1 Cor. 3,16; 2 Cor. 6, 16) y hasta su propio cuerpo (1 Cor. 6, 19) eran templo de Dios; y comprendían perfectamente las palabras de Cristo, a refiriéndose a su Cuerpo: «Destruid este Templo, y Yo lo reedificaré en tres días» (Jn. 2, 19). Para ellos era evidente el simbolismo del Templo, cuyo velo se rasgó en el momento de la muerte de Cristo: el nuevo sacrificio que éste inauguraba, exigía un nuevo templo. Ese templo es el Cuerpo glorificado de Cristo.

«Casa de Dios» es, pues, ante todo la comunidad misma. La edificación es «casa de Dios» porque en ella se reúne la comunidad cristiana para celebrar el culto. El edificio es la morada física que se construye para los templos vivos de Dios, el signo visible de esa comunidad, según la enseñanza patrística, recogida después por Santo Tomás en la Suma Teológica (III, q. 83, a 3).

Ahora bien, si la iglesia material simboliza la Iglesia viva, la configuración del espacio arquitectónico o en la disposición de sus partes deben ser expresión del Pueblo de Dios —jerarquía y fieles—, cuyos componentes realizan acciones distintas pero interrelacionadas. En otros términos: no es el sagrario el que configura el espacio de la iglesia, sino la comunidad cristiana que se reúne para celebrar la liturgia, especialmente la eucarística. El sagrario, ciertamente, ocupa un lugar muy destacado en el recinto sacro, y proyecta la realidad de la presencia substancial de Cristo sobre él y sobre los fieles, que, individual y comunitariamente, caen bajo el radio de esa presencia. Pero —como demuestra la praxis de los primeros siglos— no es la realidad configurante del espacio sagrado; ésta es la comunidad cultual.

C) La iglesia, espacio cerrado

Dios no encuentra al hombre en cualquier parte sino en Jesucristo. Eso explica que el recinto sagrado sea cerrado, es decir: reservado a los que han sido convocados por la Palabra de Dios y han respondido a ella, recibiendo la fe y el Bautismo. En la iglesia no puede entrar cualquiera, aunque se trate de una persona muy virtuosa desde el punto de vista meramente natural. El recinto sagrado está cerrado a los no cristianos y reservado a los iniciados. Gracias a ello, se convierte en un símbolo de la comunidad cristiana como asamblea de llamados, de convocados. Este simbolismo se pierde cuando la liturgia se celebra al aire libre o en espacios construidos para una finalidad no litúrgica; de ahí que tales espacios sólo deban usarse circunstancialmente y cuando no haya lugares específicos para el culto. También aquí retorna la celebración litúrgica como realidad condicionante de la organización del espacio de la iglesia material.

D) La iglesia, lugar de la teofanía

La iglesia es el lugar donde acontece la nueva teofanía, es decir: el encuentro entre Dios y el hombre, encuentro que se aerifica cuando la comunidad cristiana celebra la liturgia Esta manifestación de Dios, que desciende hasta el hombre y le eleva hasta El, convierte a la iglesia en el lugar por excelencia de todos los lugares de culto y en realidad santa y sagrada.

La tradición eclesial ha expresado esta santidad y sacralidad en múltiples símbolos, la nave, la nueva Jerusalén, el palacio de Dios, etc.

La imagen de la nave, insinuada en san Lucas (Lc. 5, 3) y repetida constantemente desde Tertuliano para designar a la Iglesia, es aplicada por las Constituciones Apostólicas al edificio material. Según este antiquísimo documento, el obispo es el capitán, que, ayudado por los diáconos, que hacen de marineros, conduce a los fieles, como pasajeros, hacia la eternidad. La expresión habitual: nave de la iglesia es, pues, antiquísima y está cargada de rico simbolismo.

La imagen de la ciudad santa, la nueva Jerusalén que desciende del Cielo adornada como esposa que espera la llegada del Esposo (cfr. Apc. 21, 22), también fue aplicada por algunos Padres al edificio material del templo cristiano, dado que el culto terrestre, que en él se celebra, es imagen, incoación y signo profético del que tiene lugar en el templo celeste, es decir: en el Cielo.

La iglesia como aula Dei o palacio de Dios también es un símbolo muy tradicional. «En las grandes basílicas de los siglos IV, V y VI se hizo palpable la idea de que la comunidad cristiana, desde el suelo donde reunía sus ofrendas, debía elevarse por la contemplación y la liturgia hasta la mansión del Rey de los cielos: Sursum cordaSursum corda. Las diversas zonas del edificio se decoraban conforme a este simbolismo. Las bandas murales inmediatamente encima de las arcadas de la nave ostentaban ejemplares de los héroes del cristianismo; las bandas superiores reproducían las escenas de mayor relieve simbólico. En el ábside, los Apóstoles formaban la corte en torno a Cristo Señor. En otros casos, era el arco triunfal reservado a la majestad de Dios-Hombre. En las Iglesias de aguja, la bóveda era un trasunto de mansión celestial con los ángeles en las pechinas y el Cordero en la clave de bóveda. Entrar en la Iglesia es entrar en el palacio de Dios».

Finalmente la imagen de la Iglesia como tienda de Dios entre los hombres, evocadora de la benignidad de Dios que quiso compartir la vida peregrinante de los cristianos, encontró también su versión arquitectónica en las diversas épocas.

En apretada síntesis puede hacerse el balance siguiente: «La iglesia-nave fue realizada en las primeras basílicas critianas. La iglesia-ciudad celeste es también una realización paleocristiana y altomedieval, pero halló su expresión más fascinadora en la catedral gótica, de la misma manera que la iglesia-ciudadela y castillo de Dios había sido realizada en la era románica. La Iglesia palacio de Dios fue el ideal alcanzado por los arquitectos barrocos. Hoy la arquitectura «suspendida» ofrece múltiples posibilidades para la interpretación del templo como tienda de campaña, símbolo que se ve además favorecido por otras características de la sensibilidad de nuestra época».

E) La iglesia, casa de oración

El Verbo Encarnado es el nuevo Templo en el que se celebra el nuevo culto de la nueva Alianza. Pero este hecho no invalida que el Verbo Encarnado se haya establecido en un templo hecho por mano de hombres, porque Él mismo ha querido hacerse presente de modo verdadero, real y substancial en las Especies Eucarísticas, que se consumen durante la celebración o se reservan para la comunión y veneración de los fieles.

Es verdad que la reserva eucarística no tiene conexión intrínseca con el lugar donde se celebra la liturgia cristiana, sin embargo, el sensus fidei ha establecido desde hace muchos siglos una unión fáctica entre ambas realidades, unión que ha sido aceptada por el Magisterio de la Iglesia, el cual no lia sufrido variaciones substanciales en los postulados de reforma del concilio Vaticano II, según se desprende de estas palabras de la Ordenación General del Misal Romano: «Es muy recomendable que el lugar destinado a la reserva de la Eucaristía sea una capilla adecuada para la oración privada de los fieles. Si esto no puede hacerse, el Santísimo Sacramento se pondrá en una parte de la iglesia que sea verdaderamente noble» (OGMR, 276).


J. A. Abad Ibáñez, M. Garrido Bonaño O.S.B. Iniciación a la liturgia de la Iglesia Madrid: EDICIONES PALABRA

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