Los Gestos Litúrgicos

Los Gestos Litúrgicos

El hombre es un ser resultante de la unidad del alma y del cuerpo, lo que conlleva un hecho de capital importancia: todo acto verdaderamente humano brota de la totalidad del hombre, la expresa y la implica. Así se explica, por ejemplo, que los sentimientos se traduzcan espontáneamente en gestos y actitudes corporales, y que los gestos y actitudes provoquen, intensifiquen o expliciten las actitudes internas. Piénsese en las lágrimas provenientes de un sentimiento profundo de gozo o de tristeza o en los sentimientos de humildad y arrepentimiento que desencadenan una postración profunda del cuerpo o unos golpes de pecho llenos de sinceridad y verdad.

Teniendo en cuenta estas realidades, Cristo y la Iglesia han incorporado a la liturgia muchos gestos y actitudes. Veamos algunos de ellos.

Los gestos litúrgicos pueden ser utilitarios (vg. lavarse las manos después de la imposición de la ceniza o de la crismación); de veneración hacia las personas (una inclinación de cabeza) o las cosas (besar el altar); de acompañamiento de la palabra (la signación del evangelio o las manos extendidas durante la plegaria eucarística); específicamente cristianos (la señal de la Cruz) o incorporados del entorno sociocultural (la entrega de los instrumentos en la ordenación sacerdotal), etcétera.

Los gestos litúrgicos más importantes son éstos: la señal de la cruz, los golpes de pecho, los ojos elevados al Cielo, las unciones, la imposición de la ceniza y ciertos gestos relacionados con las manos: imposición de las manos, manos juntas y plegadas junto al pecho, manos elevadas y extendidas, manos que dan y reciben la paz, manos dispuestas para recibir el Cuerpo del Señor.

• La señal de la Cruz.
Es un gesto típicamente cristiano. Según aparece en muchos documentos, los primeros cristianos realizaban frecuentemente este signo tanto en la vida ordinaria como en las celebraciones litúrgicas.

Es interesante leer lo que Tertuliano, Padre de la Iglesia, escribe en relación con este signo a finales del siglo II :

“En todos nuestros viajes, en todas nuestras salidas y llegadas, al ponernos nuestros zapatos, al tomar un baño, en la mesa, al prender nuestras velas, al acostarnos, al sentarnos, en cualquiera de las tareas en que nos ocupemos, marcamos nuestras frentes con el signo de la cruz”.(Tertuliano, De corona militis 3)
Durante los primeros siglos se vio, en la forma de poner los dedos de la mano al signarse y al hacer el signo de la cruz sobre las cosas y las personas, una expresión de la fe en determinados dogmas trinitario-cristológicos. En Occidente ha desaparecido esta interpretación; pero en Oriente todavía se conserva en no pocas iglesias.

Generalmente el signo de la Cruz va acompañado de las palabras «En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo». Los orientales suelen emplear la fórmula «Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros».

La señal de la Cruz viene a ser como un sello de Cristo, una profesión de fe en Él, una afirmación de su poder soberano, una invocación de la gracia de Dios implorada por los méritos de Cristo, muerto en la Cruz.

También se usa como bendición de cosas y personas, acompañada de fórmulas especiales. La signación tiene también sentido exorcístico desde tiempos muy remotos (s. II).

• Golpes de pecho.
Golpearse el pecho es signo de arrepentimiento por los pecados cometidos y de humildad. En este sentido aparece en el Evangelio, referido al publicano y al centurión. Se trata de un gesto muy común en los pueblos antiguos.

“En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!"” (Lc 18,13)

Antes de la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II estaban indicados tres golpes de pecho para el acto de contrición, en la frase “por mi culpa”, en el rito actual no se indica el número, por lo que puede ser solo uno. En la liturgia actual han desaparecido los golpes de pecho del Cordero de Dios y del Señor yo no soy digno, donde eran tres golpes de pecho en ambas ocasiones.

• Ojos levantados hacia el Cielo.
Este gesto lo usó Jesús en el momento de la multiplicación de los panes:

“Tomó entonces los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición y los partió” (Lc 9,16)
Y en la oración previa a la resurrección de Lázaro:

“Quitaron, pues, la piedra. Entonces Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo: “Padre, te doy gracias por haberme escuchado”.” (Jn 11,41)
y también en la oración sacerdotal:

“Así habló Jesús, y alzando los ojos al cielo, dijo: «Padre, ha llegado la hora.” (Jn 11,1)
En cambio, no sabemos que lo realizara en el momento de instituir la Sagrada Eucaristía. Con todo, el Canon Romano, incluso en su forma más primitiva se lo atribuye a Jesús y prescribe que lo realice el celebrante.
Es un signo de súplica confiada a Dios Padre. San Juan Pablo II dice que cuando “elevamos nuestra mirada esperamos un gesto de benevolencia del Señor”.

• Las unciones.
La unción es un gesto que la liturgia emplea con bastante profusión. No es de origen cristiano, pues era conocido y usado tanto en los pueblos semitas como en los del mundo mediterráneo. En la Biblia hay muchos pasajes donde se habla de las unciones:

Por ejemplo cuando Samuel ungió a Saúl:

“Tomó Samuel el cuerno de aceite y lo derramó sobre la cabeza de Saúl, y después le besó diciendo: "¿No es Yahveh quien te ha ungido como jefe de su pueblo Israel?” (1Sam 10,1)
Los apóstoles también realizaban unciones, como lo menciona el Evangelio de san Marcos:
“...expulsaban a muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.” (Mc 6,13)
En la liturgia actual aparece en el Bautismo con sentido exorcístico (unción con el óleo de los catecúmenos) y sacerdotal (crismación en la cabeza). También se usa en la Confirmación como rito perteneciente a la estructura esencial del sacramento que confiere el Espíritu Santo. En el sacramento que incluso lleva el nombre de unción —la Unción de los enfermos— también pertenece a la estructura esencial del signo sacramental, y simboliza la fuerza de la gracia que realiza la curación total. En las Órdenes sagradas explícita la unción interior realizada por el sacramento.

• Imposición de la ceniza.
La imposición de la ceniza aparece con frecuencia en el Antiguo Testamento. La liturgia actual realiza este gesto el día que comienza la Cuaresma, como reliquia del gesto que hacían los penitentes cuando ingresaban en la penitencia canónica.

Es signo de humildad («eres polvo y en polvo te convertirás »), de arrepentimiento, de resurrección (la humildad y el arrepentimiento producirán la muerte al pecado y la resurrección a la nueva vida en Cristo, en la Vigilia Pascual) y de oración confiada.

• Imposición de las manos.
Es un gesto antiquísimo y común a muchas religiones. En el Antiguo Testamento estaba prescrita en el culto sacrificial. Jesucristo lo usó muchas veces para realizar milagros y bendecir. Los Hechos recuerdan en bastantes ocasiones que los Apóstoles imponían las manos para impetrar la acción del Espíritu Santo sobre los bautizados y en los ritos de ordenación sacerdotal.

La liturgia usa mucho la imposición de manos: en la celebración de la Eucaristía (epíclesis preconsecratoria); en la penitencia; en los ritos de ordenación diaconal, presbiteral y episcopal; en la Confirmación; etc. Durante los primeros siglos se usó en los ritos catecumenales con sentido exorcístico, sentido que todavía perduraba en el ritual anterior al promulgado por Pablo VI.

Aunque en cada caso tiene matices distintos, siempre significa una acción sobrenatural por parte de Dios.

• Manos elevadas y extendidas. Levantar y extender las manos al rezar expresa los sentimientos del alma que busca y espera el auxilio de lo alto; de ahí que sea casi universal en la historia de las religiones. Fue practicado por el pueblo judío. Entre los primeros cristianos estuvo bastante difundido, según se desprende de las imágenes de orantes de las catacumbas y del testimonio de Tertuliano (De oratione, 14).

En la liturgia actual es un gesto reservado al ministro que celebra la Misa (durante las llamadas oraciones presidenciales, especialmente la Plegaria Eucarística) o realiza acciones consecratorias, de bendición, etcétera.

• Manos juntas y plegadas junto al pecho. Este gesto —muy expresivo y edificante— es de origen tardío, pues se introdujo en la liturgia en el siglo XII. Parece que está tomado de la forma de homenaje propio del sistema feudal germánico: el vasallo se presentaba ante su señor en esa actitud, recibiendo éste la señal externa de enfeudación. Es, pues, un gesto de humildad y vasallaje, y de actitud orante y confiada.

La liturgia actual prescribe este gesto en varias ocasiones, aunque en menor medida que la precedente. Unas veces lo hace de forma implícita, al decir: «después, con las manos extendidas...»; otras, en cambio, de forma explícita. De todos modos, ha quedado como forma normal de oración y es el gesto más acomodado a la celebración litúrgica cuando las manos no han de emplearse en otros ritos o no se prescribe que se tengan levantadas. Es de mal gusto y de poca expresividad, que los concelebrantes y los demás ministros inferiores tengan los brazos cruzados o doblada una mano sobre la otra con los dedos pulgares en forma de cruz.

• Manos que dan y reciben la paz. El puño cerrado es signo de violencia y de lucha. Las manos extendidas, abiertas y acogedoras, por el contrario, simbolizan la actitud de un corazón pacífico y fraternal, que quiere comunicar algo personal y está dispuesto a acoger lo que se le ofrece. Cuandp unas manos abiertas salen al encuentro de otras en idéntica actitud, se percibe el sentimiento profundo de un hermano que sale el encuentro de otro hermano, para ratificar, comunicar o restablecer la paz.

• Manos que reciben el Cuerpo del Señor. Durante varios siglos los fieles comulgaban recibiendo el Pan eucarístico en la mano y llevándolo después personalmente a su boca. En los siglos VII-VIII, en algunos lugares, y a partir del XI en casi todos, se cambió el gesto por el de recibir la Sagrada Forma directamente en la boca. Recientemente, la Liturgia Romana ha restaurado el gesto primitivo, aunque con determinadas condiciones.

La forma más adecuada de realizar el gesto y hacer perceptible su simbolismo, la ofrecía ya san Cirilo de Jerusalén en el siglo IV: «No te acerques con las palmas extendidas ni con los dedos separados, sino haciendo de tu mano izquierda como un trono para tu derecha, donde se sentará el Rey. Con la cavidad de la mano recibe el Cuerpo de Cristo y responde Amén» (Cat. Myst, 5, 21).

Las manos dispuestas para recibir la Comunión han de ser signo de humildad, de pobreza, de espera, de disponibilidad y de confianza. También signo de veneración, de respeto y de acogida, pues el Pan eucarístico no se coge sino que se acoge, se recibe.


J. A. Abad Ibáñez, M. Garrido Bonaño O.S.B. Iniciación a la liturgia de la Iglesia Madrid: EDICIONES PALABRA

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