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EL SIGNO DE LA PAZ: LAS RAÍCES ANTIGUAS DEL SALUDO QUE HACEMOS EN LA MISA
Philip Kosloski
Antes de recibir la Comunión, el sacerdote o diácono dice al pueblo: “Démonos mutuamente la paz”.

Entonces, es costumbre decir “paz” o “la paz sea contigo” y estrechar la mano o besar, dependiendo de la costumbre del lugar, a aquellos más cercanos a nuestro lugar. Lo interesante es que este gesto litúrgico tiene unas antiguas raíces y ha formado parte de la misa desde los comienzos mismos.

El simbolismo espiritual de este acto se encuentra en el Evangelio de Mateo, cuando Jesús dijo: “Si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda” (Mateo 5,23-24).

La actual Instrucción General del Misal Romano confirma este simbolismo y explica: “Sigue el rito de la paz, con el que la Iglesia implora la paz y la unidad para sí misma y para toda la familia humana, y con el que los fieles se expresan la comunión eclesial y la mutua caridad, antes de la comunión sacramental” (IGMR 82).

La comunidad cristiana primitiva asumió en su corazón las instrucciones de Jesús e incorporó el acto en sus celebraciones de la Eucaristía.

Las Constituciones Apostólicas, documento escrito en el siglo IV, instruye que después de la Oración de los fieles, “el obispo saluda a la asamblea diciendo: ‘La paz de Dios con todos ustedes’. El pueblo responde: ‘Y con tu espíritu’. El diácono añade, dirigiéndose a todos: ‘Salúdense mutuamente con el abrazo de la paz [o el ósculo o beso de la paz]’”.

Lo que nosotros conocemos como “señal de la paz”, la Iglesia antigua llamaba “ósculo o beso de la paz”. En la cultura mediterránea de entonces era (y sigue siendo hoy) costumbre saludar a familia y amigos con un beso en la mejilla.

Este gesto se encuentra a lo largo de la historia litúrgica de la Iglesia y desde tiempos de san Gregorio Magno era considerado un prerrequisito para la recepción de la Comunión.

Este beso de paz se daba normalmente solamente a los que estaban al lado y más tarde se desarrolló el hábito de que el beso de paz descendiera desde el sagrario y se pasara al pueblo, simbolizando la paz que viene de Cristo. Esto se consolidaría aún más cuando el sacerdote besaba primero el altar y luego pasaba ese beso a los asistentes.

En otros ritos de la Iglesia, el beso de la paz asumió formas diferentes. Joseph Jungmann explica en The Mass of the Roman Rite [La misa del Rito Romano] cómo “entre los sirios orientales es habitual estrechar la mano del prójimo y darle un beso. Entre los maronitas, los fieles estrechan los dedos del prójimo entre los suyos y luego se besan. Los coptos son aún más reservados, simplemente hacen una inclinación ante el prójimo y luego tocan su mano”.

En el siglo XVII, el beso de la paz quedó restringido en el Rito Romano a únicamente los presentes en el santuario y no se pasaba a los fieles en sus bancas. A veces era habitual en el clero usar un “portapaz” (u osculatorium, tabula pacis…), una placa de metal, madera, marfil, etc., con alguna imagen o signos en relieve que cada ministro besaba y pasaba al siguiente.

Luego, después del Concilio Vaticano II, la Iglesia tomó una nueva perspectiva en relación a esta antigua costumbre y decidió restaurar la acción original de los fieles, confiando a cada conferencia episcopal la tarea de determinar la señal más apropiada a cada cultura.

La señal de la paz es un acto de gran simbolismo destinado a señalar la necesaria disposición del corazón para recibir la Santa Eucaristía. Recuerda a los fieles que, para estar en total comunión con Cristo, primero “amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas”, sin olvidar amar “a tu prójimo como a ti mismo” (Marcos 12,30-31).

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