La penitencia desde la época apostólica hasta Hermas

La penitencia desde la época apostólica hasta Hermas

A) Las Cartas paulinas

Analizando los textos paulinos con respecto a la penitencia podemos distinguir tres tipos.

1) Algunos textos hablan simplemente de una «corrección, incluso pública, del hermano pecador por parte del responsable de la comunidad cristiana, o también de una corrección del mismo por parte de los llamados «espirituales » (cfr. 1 Tim. 5, 20; 2 Tim. 2, 25-26; Gal. 6, 1-2).

2) Otros textos hablan de una práctica más concreta: la exclusión del hermano pecador de la plena comunión de la vida cultual y social de la comunidad. Esta exclusión se da en el caso de pecados realmente graves y notorios, vg.: una ociosidad que se convierte en un peso para la comunidad y que va contra el deber general de ganarse el pan con el trabajo (2 Tes, 3, 6s.), el incesto, la fornicación, la avaricia, el robo, la idolatría, la maledicencia, la embriaguez, etc. (1 Cor. 5, 9-11). La exclusión se hace a través de una especie de sentencia pronunciada a veces por la comunidad (2Cor. 2, 6) junto con el mismo Pablo (1 Cor. 5,3-4.12-13), y a veces amenazada únicamente por San Pablo (2 Cor. 13, 2. 10); en todo caso, esta sentencia es proferida en el nombre y con la autoridad del Señor Jesucristo (1 Cor. 5, 3-41; 2 Cor. 13, 3-10) o en su presencia (2 Cor. 2, 10). El sentido y finalidad de esta exclusión es doble: librar a la comunidad santa y a los hermanos débiles del peligro del viejo fermento del pecado (1 Tes. 3, 6. 14; 1 Cor. 5, 2.6.9.11), y abandonar al hermano pecador en manos de Satanás para su conversión y salvación (1 Cor. 5, 5; 1 Tim. 1, 20; 2 Cor. 2, 11; 2 Tes. 3, 15), ya que la misma autoridad con que se pronuncia esta sentencia ha sido conferida por Cristo al apóstol para la edificación y no para la destrucción (2 Cor. 13, 10).

3) La reconciliación tiene un carácter oficial. Se trata de un perdón, de una concesión de indulgencia y de gracia hecha al pecador por la comunidad juntamente con San Pablo (2 Cor. 2, 7-8. 10); se trata de confortar al hermano pecador, de confirmarle en la caridad (2 Cor. 2, 8), es decir, de volver a introducirle en el ágape que es don del Espíritu y que constituye la unidad de la Iglesia (Rm. 5, 5). Por eso la reconciliación del hermano pecador arrepentido es una liberación y una victoria de todos sobre Satanás (2 Cor. 2, 11). Es de notar que la comunidad paulina considera al pecador como un hermano por el que ora y se aflige, y cuya conversión y salvación procura sin cesar (2 Tes. 3, 1); 1 Cor. 5, 2. 6; 2 Cor. 2, 5). La insistencia en el valor medicinal de la pena impuesta, tan clara en las cartas paulinas, sugiere que en realidad se concedía el retorno a la plena comunión de la comunidad, cuando había pruebas de sincero arrepentimiento.

B) Los Padres Apostólicos

a) La Doctrina de los doce Apóstoles o Didaché trata muchas veces de los pecados y de la confesión de los mismos: amonesta a los bautizados para que lloren por toda maldad (3,1). Los pecados cotidianos pueden ser perdonados por la oración (por eso deben rezar tres veces al día el Padrenuestro y pedir a Dios en la quinta petición por el perdón de los pecados), también mediante el ayuno, la limosna y la confesión de esos pecados (4, 14; 7, 4; 14, 1). La confesión de los pecados debe hacerse en las asambleas litúrgicas, pero no podemos saber cómo se hacía esa confesión de los pecados; tal vez era una fórmula general a la que seguía una fórmula absolutoria. Es de suponer que en esa práctica de la celebración eucarística dominical no entraban los pecados graves. También tiene en cuenta la penitencia por los pecados graves que excluyen de la celebración de la eucaristía (10, 6; 14, 1). A todos interesa la conversión del hermano pecador (2, 7; 4, 3) a quien corrigen y por quien rezan.

b) San Ignacio de Antioquía habla en primer lugar de pecados como la impureza, el odio, las contiendas e iras y otras faltas de amor; luego se refiere a los que hacen penitencia y vuelven a la Iglesia. Todos los hermanos han de orar por el hermano pecador, para que haga penitencia y retorne a la comunión eclesial. El obispo tiene la misión de advertir, enseñar y reprender, puede castigar y excomulgar sobre todo a los herejes y cismáticos. La paz con el obispo y su perdón garantizan el perdón de Dios y la paz con El. Sólo Dios perdona los pecados; pero es menester hacer penitencia de ellos y ésta pertenece a la reconciliación con la Iglesia concedida por el obispo. El perdón de la Iglesia y del obispo es causa del perdón de Dios.

c) San Policarpo de Esmirna se asemeja a la misma doctrina y práctica que San Ignacio de Antioquía.

d) Primera Carta de San Clemente Romano. En primer lugar afirma que la Iglesia entera participa en la superación de los pecados de sus miembros (2, 4-6; 56, 1), sobre todo con la oración y la corrección; luego, más concretamente con la determinación del obispo o del colegio de los presbíteros de la penitencia del pecador. Considera al mismo nivel los medios de la corrección de la Iglesia y los de Dios. Son bien expresivas estas palabras de San Clemente: «Y vosotros que habéis dado pie al tumulto someteos a los presbíteros y dejaos castigar en penitencia, doblando las rodillas de vuestro corazón. Aprended a someteros y renunciad a la insolencia fanfarrona y orgullosa de vuestras lenguas» (57,1-2). Exige en primer lugar la conversión. Han de reparar su pecado con la penitencia que determinen los responsables de la comunidad. Luego, serán reconciliados con la Iglesia y tendrán parte en su esperanza. Como en los anteriores, también para San Clemente la paz con la Iglesia es el presupuesto y la razón de que Dios perdona el pecado.

4. Novedad de la penitencia en el Pastor de Hermas

La doctrina más detallada sobre la penitencia en la segunda mitad del siglo II la encontramos en el Pastor Hermas. Tiene una forma literaria apocalíptica. El autor escribe las revelaciones y doctrinas que ha recibido de la misma Iglesia, representada como una matrona, y del ángel de la penitencia, representado en figura de Pastor. Según la atendible noticia del Fragmento de Muratori, era hermano de San Pío I y compuso esta obra bajo su gobierno. El Libro contiene cinco visiones, doce preceptos y diez alegorías. En las cuatro primeras visiones Hermas contempla a la Iglesia como una matrona vestida de blanco, que poco a poco rejuvenece y que le ordena que amoneste a los suyos y a todos los cristianos a abrazar pronto prácticas de penitencia, ya que les ha sido concedido un plazo de tiempo determinado para arrepentirse. En la tercera visión el autor ve la construcción de una torre grande que representa a la Iglesia. Las piedras usadas para construir la torre son los cristianos buenos, mientras que las descartadas como inutilizables y arrojadas alrededor de ella son los pecadores, que deben perfeccionarse con los golpes de la penitencia, si quieren entrar a formar parte del edificio.

A partir de la quinta visión, que sirve de tránsito a la segunda parte, las instrucciones le son dadas por un ángel vestido de pastor. Los preceptos y las cinco primeras semejanzas o alegorías son un extracto de la moral cristiana; las cuatro últimas alegorías se ocupan de la ejecución de la penitencia. La novena alegoría, introducida posteriormente, es una repetición y complemento de la torre en construcción. Se introduce un elemento nuevo: se interrumpe el trabajo antes de terminar, con el fin de prolongar el tiempo de la penitencia que tan rigurosamente había fijado poco antes. Esta rectificación se hizo necesaria desde el momento en que la esperada parusía no se había verificado.

Toda la obra resulta algo oscura. Sin embargo podemos suponer que describe fielmente la práctica penitencial de la iglesia romana en el siglo n. Según él, un cristiano después del Bautismo no debe necesitar normalmente el perdón de sus pecados. Parece que esto era lo normal en una gran mayoría de cristianos. Pero para aquellos que después del Bautismo caen en pecado grave, Dios misericordioso y sabio, que conoce la fragilidad humana y la astucia del diablo, ha creado un medio de salvación: la penitencia. Esta comprende el arrepentimiento del pecado, la confesión del mismo ante Dios, la plegaria, la resignación, la vergüenza, la limosna y la aceptación del castigo medicinal. La Iglesia prohibe hablar del perdón de los pecados después del Bautismo ante los catecúmenos y recién bautizados, para que no sea una incitación a pecar.

La penitencia prevista por Dios se extiende a todos los pecados, incluso los más graves, como la apostasía y el adulterio. Sólo los que no quieren convertirse no alcanzan el perdón. Pero la penitencia no puede ser recibida más que una sola vez: «Si alguno después de la sublime y solemne llamada al Bautismo, tentado por el demonio pecara, tiene el precepto de la única penitencia». Esto hay que entenderlo en sentido pedagógico y pastoral, pues se supone que el que recae no tiene verdadera intención de penitencia, sin la cual no hay perdón de los pecados. Sin embargo del escrito de Hermas se deduce que en Roma había en aquella época la costumbre de hacer penitencia varias veces, por eso establece: «Cuando uno peca y hace penitencia continuamente de nada le sirve esto, pues será difícil que viva». Tal regla tuvo serias consecuencias en toda la Iglesia primitiva. La terrible dureza de tal costumbre y práctica se dulcificó con la indicación de que la Iglesia no podía admitir de nuevo a la penitencia a los que recaían, porque les faltaba evidentemente el propósito serio de enmendarse, pero, sin embargo, podían esperar que Dios los perdonase.

5. Primer estadio de la penitencia canónica

A) Tertuliano († hacia el año 220)

Hay que distinguir en la doctrina de Tertuliano sobre la penitencia dos épocas de su vida: la católica y la montañista. Entre todos los escritores eclesiásticos latinos, antes de San Agustín, Tertuliano es uno de los más originales y más personales. En su espíritu se hermanaron el ardor de la estirpe púnica con el sentido práctico de los romanos. Estaba inflamado de celo religioso, poseía una inteligencia penetrante, una elocuencia arrebatadora, agudeza singular y una vasta cultura en todos los campos del saber. En su obra La Penitencia, escrita hacia el año 203, defiende primero las doctrinas comunes sobre la penitencia en la Iglesia. Es el primer autor que nos da una imagen clara de los métodos penitenciales de la Iglesia antigua y además nos hace saber que tales métodos, cuyas partes esenciales existen desde tiempos apostólicos, han tomado ya una forma fija. El pecador debe reconciliarse con Dios mediante obras de penitencia. Distingue entre Bautismo y Penitencia, porque en el primero Dios perdona por misericordia y en la segunda se exige al sujeto obras de satisfacción. Esto es una gracia grande por parte de Dios. La penitencia no puede ser meramente interna, sino que se ha de manifestar con hechos externos. A esto lo llama exomologesis (confesión), que no es sólo una confesión de palabra, sino que ha de manifestarse también en hechos, como el ayuno riguroso, lágrimas, oraciones de rodillas, petición de que intercedan los presbíteros y demás hermanos por el pecador. Tertuliano subraya la acción de parte de la Iglesia en la concesión del perdón, que es insus- tituible. Las prácticas penitenciales en Tertuliano no son preferentemente medicinales, sino expiatorias.

El pecador debe confesar su delito a los superiores eclesiásticos y pedir la intercesión ante Dios de la comunidad cristiana. Quien perdona es Dios, pero la readmisión en la vida comunitaria de la Iglesia es el presupuesto necesario para conseguirlo. Tertuliano no limita el perdón a ningún pecado; pero no reconoce más que una sola y única penitencia. En su época montañista abandona toda su doctrina anterior acerca de la penitencia, sobre todo a partir del año 205. El montañismo no tenía al principio una doctrina de la penitencia más rigurosa que la común en la Iglesia, sino sólo unas prácticas penitenciales más duras que la de muchas comunidades cristianas. Tertuliano creó una doctrina penitencial herética sobre las prácticas penitenciales del montañismo. Mientras que los montañistas anteriores a Tertuliano afirmaban que la Iglesia podía perdonar toda clase de pecados, pero que no lo hacía para no dar a los pecadores sensación de facilidad, Tertuliano defendió apasionadamente que la Iglesia no podía perdonar todos los pecados.

B) San Cipriano († 258)

Convertido al cristianismo hacia el año 246, fue elegido obispo de su ciudad natal, Cartago, dos años o tres más tarde, y desplegó una gran actividad pastoral, interrumpida por la persecución de Decio durante el año 250.

Precisamente, los efectos devastadores que tuvo esta persecución entre los cristianos, explica su tratado De lapsis, compuesto en la primavera del 251 al retornar de su destierro, así como su doctrina sobre la Penitencia. En efecto, ante el edicto del Emperador Decio, que obligaba a todos los habitantes de su Imperio a participar en un sacrificio general a los dioses, fueron muchos los cristianos que cayeron (lapsi), realizando un sacrificio propiamente tal (sacrificati), ofreciendo unos granos de incienso en el altar (thurificati) o inscribiendo su nombre en la lista de los adoradores, recibiendo la célula o «libelo» (libellatici) sin haber realizado el sacrificio. Al final de la persecución fueron muchos los lapsi que acudieron a quienes habían confesado la fe sin desfallecer (confessores), pidiéndoles «cartas de paz», que les abrieran nuevamente las puertas de la comunión con la Iglesia.

Esta situación dio lugar a que san Cipriano adoptase una actitud muy rigorista de cara a los lapsi, con la finalidad de evitar la relajación de los cristianos, llegando incluso a negar la reconciliación a quienes no hubieran hecho la penitencia pública estando obligados a hacerla, aunque se encontraran en peligro de muerte, apartándose en este punto de la doctrina de los Papas, que siempre habían mandado reconciliar a los moribundos (cfr. DS 236).

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