La eucaristía en la iglesia primitiva
Por Francisco José Arnaiz S.J.
Me apetece escribir sobre cómo se celebraba la Eucaristía en la Iglesia Primitiva. Es encantador conocerlo.
Estamos en los inicios del Cristianismo. Nos los cuenta San Pablo respecto a la Iglesia de Corinto.
Todo comenzaba con una especie de oficio de la palabra inspirado en la Liturgia de la sinagoga judía. Se leían pasajes de la Biblia, sobre todo de los Profetas, Se escuchaban después relatos orales sobre la vida de Jesús (los evangelios todavía no habían sido escritos), y se leían las cartas de los apóstoles a sus Iglesias.
Todas estas lecturas y relatos orales se entremezclaban con salmos y cantos antiguos y nuevos. Sonaba la flauta, la lira, el arpa y la laúd. Todo el mundo cantaba y se enardecía en su fe. Seguidamente el que presidía la asamblea hacía la explicación oficial y hacía una oración. No existía rigidez alguna ni pasividad. Todo allí era espontáneo y fresco. Los que sentían alguna inspiración la manifestaban con naturalidad y sin titubeos. Si asistían algunos enfermos, se les imponía las manos orando a Dios fervientemente para que los sanase.
Concluida esta primera parte, se pasaba rápidamente a la segunda cena fraternal. “Ágape” decían ellos. Ágape en griego significa “amor sin mezcla de interés alguno”. Los latinos decían “charitas” que viene de “gratia” (gratis), en griego jaris, que significa que algo se hace no obligadamente en virtud de la justicia o para corresponder a algún favor previo, sino de corazón por benevolencia.
A principios del siglo II, Celso, gobernador de Roma, escribía:”Los cristianos, que he detenido, reconocen que se reúnen para tomar juntos una comida ordinaria”. Era una comida muy diferente de la de los banquetes paganos. La gente rica de aquellos tiempos organizaban suntuosos banquetes que solían terminar en verdaderas orgías.
Los “ágapes” buscaban simultáneamente unir a la comunidad y atender a los pobres, a los esclavos, a la gente sencilla sin humillarlos tratándolos como hermanos. El esclavo, el siervo, el desafortunado se sentaba lleno de alegría junto a personajes de la sociedad que se habían hecho cristianos. Crispo, por ejemplo, que había sido Presidente de la sinagoga. Ticio Justo, un hombre prominente en cuya casa se solían celebrar las reuniones de los cristianos.
Terminado el ágape o comida fraternal se realizaba la celebración eucarística. Los que aún no habían sido bautizados se retiraban y todos los demás se desplazaban a un salón especial . En las mansiones de gente más acomodada era una sala amplia, situada en el piso superior, donde solían caber de 30 a unas 50 personas. Es significativo que Pablo al querer hablarnos de esa celebración eucarística se remonte y recuerde la institución de la eucaristía en la última cena de Jesús con los apóstoles. Este pasaje tiene la importancia de haber sido escrito el año 55, antes que hubieran sido redactados los cuatro evangelio y el libro de los Hechos de los apóstoles. Entonadamente escribe San Pablo: “Les transmití a Ustedes lo mismo que yo recibí: que el Señor Jesús, la noche en que se iba a ser entregado, tomó pan, dio gracias, lo partió y dijo: esto es mi cuerpo que se entrega para Ustedes, hagan esto en memoria mía. Después de cenar, hizo igual con la copa diciendo: esta copa es la nueva alianza sellada en mi sangre. Cada vez que beban, háganlo en memoria mía”.
Al llamar al cáliz “copa de la nueva alianza sellada con su sangre”, Jesucristo hace una referencia a un episodio de la historia del pueblo de Israel. Al pie del Sinaí el pueblo de Israel aceptó el pacto que Dios le propuso por mediación de Moisés. Este selló la alianza con Dios por medio del sacrificio de unos novillos derramando su sangre sobre el altar y sobre el pueblo. Cristo substituye a Moisés y establece un nuevo pacto, ya no con sólo el pueblo de Israel sino con la humanidad entera y sella ese pacto, no con la sangre de unos novillos sino con su propia sangre. Es uno de los aspectos interesantes del misterio eucarístico que alude a la profunda transformación que en virtud de la muerte redentora y resurrección santificadora de Cristo nuestro Señor se ha operado en la humanidad. Pablo, al evocar lo sucedido en la última Cena del Señor con los apóstoles, hace una cita que sabe de memoria y que es anterior a él. Se trata, en efecto, de esos relatos orales, como otros muchos de la vida de Jesús, que ese transmitía fielmente. Fundamentalmente estos relatos fueron los que dieron origen a los evangelios.
Al final de la cita, el apóstol subraya la orden del Señor de seguir haciendo lo mismo que él hizo en recuerdo suyo para conmemorar y actualizar su muerte redentora en la cruz.
Es interesante que Pablo a seguidas advierte a los cristianos de Corinto que no deben acercarse indignamente a la Eucaristía porque sería exponerse al juicio del Señor.
La liturgia eucarística se iniciaba con un saludo del Presidente, al estilo de los que se encuentran en la cartas de San Pablo y que hoy es una de las fórmulas empleadas: “Que la gracia del Señor Jesús, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos Ustedes”.
Después de una oración suplicante venía una exhortación a los fieles reunidos y una especie de plegaria por las intenciones de la Iglesia, de la comunidad y de sus miembros, de los gobernantes y del mundo en que vivían.
Se hacía esto de pie con los brazos en alto y a cada petición la Asamblea respondía en voz alta: “Amén”, que significa “estamos de acuerdo”, “que así sea”.
Hecho esto se procedía a las ofrendas. Uno a uno se acercaban todos a la mesa de las ofrendas y depositaban allí dinero o provisiones para atender a las necesidades de los pobres y se daban después un abrazo de paz como signo de reconciliación y de fraternidad entre todos los que iban a celebrar juntos la Eucaristía. Pablo recomendaba con frecuencia a sus fieles en sus cartas: “salúdense con un santo abrazo”.
A continuación, el presidente de la Asamblea o uno de los asistentes retiraba de la mesa de las ofrendas el pan necesario y un poco de vino y agua y lo colocaba en una mesa especial. El Presidente entablaba un diálogo con todos los asistentes, tal como se conserva hasta nuestros días: “Elevemos nuestros corazones”, “Lo tenemos elevados al Señor”, “Demos gracias al Señor, Dios nuestro”, “Es lo más digno y lo más justo”.
Improvisaba entonces una oración y en ella insertaba concisamente el relato de la última cena, repitiendo las palabras de Jesús sobre el pan y sobre el vino. La comunidad respondía: “Gracias, Señor”.
La comunidad se sentía unida como un solo cuerpo en torno al Señor. La Eucaristía de este modo unía a todos los participantes entre sí y con Cristo.
Los fieles se acercaban entonces para recibir en la mano un trozo de pan consagrado y para beber de la copa del vino consagrado. Mientras se llevaba la comunión a los enfermos ausentes, la asamblea prorrumpía en una “eucaristía” es decir en una acción de gracias, a través de himnos y cánticos de gratitud y de alabanza. Estos himnos eran tan importantes que la palabra “eucaristía” (acción de gracias) acabó por ser usada para designar tal reunión que en los principios se llamó “fracción del pan”.
La celebración concluía con grandes aclamaciones como esta: “A ti, Señor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos”, “Maranatha” Ven, Señor”.
Emociona comparar esta misa primitiva con la misa actual. En ella palpita la tradición de veinte siglos.
Llama hoy la atención la supresión del “ágape” o comida fraternal. Eso sucedió pronto. Y aconteció en la misma Iglesia o comunidad de Corinto fundada por Pablo. Pronto ese ágape por la debilidad humana degeneró gravemente y dejó de ser una manifestación de convivencia fraternal. La gente rica traía cestas bien abastecidas, con exquisitos manjares y buenos vinos de Corinto o de Samos y comían y bebían sin preocuparse para nada de los pobres que les rodeaban, esclavos, siervos y personas menos favorecidas económicamente. Parece que lo hacían con exceso. Pablo se indigna, saca su genio y escribe: “¿Creen Ustedes que esa es la atmósfera que conviene a la celebración de la cena del Señor?”, y aludiendo a aquellos excesos exclama: “¿No tienen sus casas para comer y beber? ¿O es que Ustedes vienen para insultar así a los pobres? ¿Realmente tales reuniones les hacen más daño que provecho?” (1Cor 11, 17-22)
Con todo es interesante ver, sobre todo en los pueblos pequeños, cómo la misa dominical en todos los tiempos ha servido para que todos se encuentren previamente a la misa se encuentren, se saluden cariñosamente, se interesen unos de otros y se informen sobre las noticias familiares y hasta se hagan algunos negocios. Terminada la misa continúan los saludos y el intercambio de afectos y noticias.
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