Inicio »

Laudes y Vísperas: Principales Horas de la Oración de la Iglesia



La Liturgia de las Horas es la oración de la Iglesia que alabando a Dios e intercediendo por los hombres, prolonga en la tierra la función sacerdotal de Cristo.

Dentro de la Liturgia de las Horas, destacan las Laudes y las Vísperas como las horas principales establecidas por la Iglesia para que la comunidad cristiana se una a Cristo en la alabanza y la súplica.

El Concilio Vaticano II nos lo dice:

«Laudes como oración matutina y Vísperas como oración vespertina, según la venerable tradición de la Iglesia, son el doble quicio sobre el que gira todo el Oficio cotidiano» (SC 89a).

«Los Laudes y las Vísperas…se deben considerar y celebrar como las Horas principales (+SC 89a,100)» (OGLH 37).

«La oración de la comunidad cristiana deberá consistir, ante todo, en los Laudes de la mañana y las Vísperas: foméntese su celebración pública y comunitaria, sobre todo entre aquellos que hacen vida común. Recomiéndese incluso su recitación individual a los fieles que no tienen la posibilidad de tomar parte en la celebración común» (40).

LAUDES COMO ORACIÓN DE LA MAÑANA

La oración eclesial de la mañana tiene dos significaciones fundamentales: santifica el día en su comienzo, y hace memoria gozosa de la resurrección del Señor.

a) Los Laudes santifican el comienzo del día.

En la oración de Laudes, los fieles, antes de iniciar las actividades de la jornada, hacen a Dios el ofrecimiento anticipado de todas sus labores, y buscan potenciar toda su capacidad humana creativa con el impulso santificador de la gracia divina.

b) Los Laudes hacen memoria de la resurrección del Cristo, y lo celebran como Luz del mundo.

«Esta Hora, que se tiene con la primera luz del día, trae además a la memoria el recuerdo de la resurrección del Señor Jesús, que es la luz verdadera que ilumina a todos los hombres (Jn 1,9), y el sol de justicia (Mal 4,2) que nace de lo alto (Lc 1,78). Así se comprende bien la advertencia de San Cipriano: "Se hará oración a la mañana para celebrar la Resurrección del Señor con la oración matutina"» (OGLH 38b).

Esta es la hora en que Cristo pasó de la oscuridad a la luz, de la muerte a la vida, de la hora del poder de las tinieblas a la luz gloriosa del Reino celeste. La luz del nuevo día no sólo disipa las tinieblas de la noche, sino que en la liturgia de los Laudes se hace epifanía de Cristo resucitado, pues la Iglesia celebra en esa hora al Primogénito de los muertos (Col 1,15.18; Ap 1,5), al Esposo que sale del tálamo (Sal 18,6), a la Primicia de una nueva humanidad (1Cor 15,20).

LAS VÍSPERAS COMO ORACIÓN DEL DÍA QUE TERMINA

Tres son los temas fundamentales en la segunda gran oración del día: la acción de gracias, la memoria de la Redención y la esperanza de la vida eterna.

a) La acción de gracias del día.

Si en Laudes pedimos a Dios luz y fuerza para las labores de la jornada, es ahora, al terminar el día, cuando sube a Dios la ofrenda de nuestro trabajo, convertido en sacrificio espiritual de acción de gracias: «Te damos gracias, Señor, Dios todopoderoso, porque has permitido que llegáramos a esta noche; te pedimos quieras aceptar con agrado el alzar de nuestras manos como ofrenda de la tarde [+Sal 140,2]» (Martes I; +Lunes II).

Con la acción de gracias, también la Iglesia en esta hora de la tarde pide perdón por los pecados y deficiencias del día transcurrido: «Dios todopoderoso, te damos gracias por el día que termina e imploramos de tu clemencia para que nos perdones benignamente todas las faltas que, por la fragilidad de la condición humana, hemos cometido en este día» (Jueves III; +Miércoles III).

b) Evocación del Misterio Pascual.

Si los Laudes evocan el momento de la resurrección del Señor, la Iglesia contempla en la oración litúrgica de las Vísperas como el sacrificio espiritual en el que la comunidad cristiana revive las actitudes de Cristo en la hora de la Cena y de la Cruz.

c) Hacia la luz que no tiene ocaso.

En Vísperas es el momento de pedir al Señor del día y de la noche que nos guarde e ilumine. «Si en tinieblas estoy, el Señor será mi luz» (Miq 7,8). No le pedimos que ilumine nuestra noche, sino nuestra mente y nuestro corazón. Y no le pedimos iluminación sólo para nuestra vida presente, sino que le suplicamos la luz eterna del cielo.

ESTRUCTURA DE LA CELEBRACIÓN DE LOS LAUDES Y DE LAS VÍSPERAS

Ambas celebraciones son casi idénticas. Analicemos su estructura y su dinamismo interno peculiar.

a) Apertura de la celebración.

Cada una de las Horas del Oficio empieza con una invocación donde se pide el auxilio divino para unirnos debidamente a la oración de Cristo y de la Iglesia: que Dios abra los labios de los que van a orar en nombre de la Iglesia; que Cristo, el Señor y cabeza de la Iglesia, venga en auxilio de la comunidad orante, para que la asamblea profiera dignamente las alabanzas de Dios. En la primera oración de la jornada, a la invocación introductoria puede añadirse un salmo - generalmente el 94 -, que es una invitación a la alabanza y a la escucha de la palabra de Dios.

La doxología trinitaria del Gloria, en Laudes y Vísperas, concretamente, se encuentra en la invocación, como hemos visto; está en la salmodia, al final de cada salmo o cántico; después de la lectura, en el responsorio; y al final del Cántico evangélico. Podríamos decir que es el norte que permanentemente orienta la Liturgia de las Horas.

El himno, como el canto de entrada de la misa, «está situado de forma que dé a cada Hora una especie de colorido propio, y también, sobre todo en la celebración con pueblo, para que el comienzo resulte más fácil y se cree un clima más festivo» (OGLH 42; +173). 

Durante la introducción del Oficio los fieles y quien les preside están de pie. Si un ministro ordenado preside, él se hace signo visible de Cristo, que es quien realmente preside esa oración. Si falta, el signo de esta presencia de Cristo es simplemente la misma asamblea reunida en su nombre.

b) Salmodia.

La asamblea, sentada, entra en la salmodia, que es, con la lectura de la Palabra, la parte central del Oficio. En Laudes la salmodia comprende un salmo, un cántico del Antiguo Testamento, y otro salmo de alabanza; cada uno con sus antífonas respectivas. En Vísperas hay dos salmos y un cántico tomado de las epístolas o del Apocalipsis. Esta ordenación responde a la antigua tradición romana. Los salmos y los cánticos, con toda la variedad de sus actitudes y sentimientos, expresan la voz de Cristo y de su Iglesia.

c) Lectura breve.

Las lecturas breves son fragmentos selectos de la Sagrada Escritura, en forma de sentencia o de exhortación (156), que destacan pasajes que pueden pasar inadvertidos dentro de lecturas más largas.

Por otra parte, «hay libertad para hacer una lectura bíblica más extensa, principalmente en la celebración con el pueblo, tomándola o del Oficio de lecturas o de las lecturas de la misa. Y nada impide que se elija algunas veces otras lectura más adecuada al caso» (46; +248-249, 251). La lectura puede ir seguida de una homilía (47), de un silencio (48), y en todo caso del canto-respuesta o responsorio, que está formado con frases de la Escritura. De este modo, la asamblea recibe la Palabra de Dios, y responde con palabras también divinas. Los responsorios, en efecto, ayudan a la meditación orante del texto leído, dan su interpretación litúrgica y su clave cristológica y son una contemplación genérica de la Palabra de Dios.

c) El Cántico evangélico.

El Benedictus, en Laudes, y el Magnificat, en Vísperas, «que la Iglesia Romana ha empleado y ha popularizado a lo largo de los siglos, expresan la alabanza y acción de gracias por la obra de la Redención» (OGLH 50). Son, en efecto, una síntesis preciosa de la historia de la salvación, culminada en Cristo. Deben cantarse de pie, pues son evangelio proclamado.

Las antífonas del cántico de Zacarías y del cántico de María tienen, entre todas las antífonas del Oficio, una importancia y dignidad muy especiales. Son el lazo principal que une el Oficio Divino con la fiesta del día o el tiempo litúrgico. Cuando son propias, están tomadas muchas veces del evangelio de la misa. Por eso en los domingos del Tiempo Ordinario cuenta cada uno en el Oficio con tres antífonas, que corresponden a los tres ciclos del Leccionario Dominical.

e) Las preces.

Con este nombre «se designan tanto las intercesiones que se hacen en Vísperas, como las invocaciones hechas para consagrar el día a Dios en los Laudes matutinos» (OGLH 182). Cantadas ya las alabanzas del Señor, es un momento muy importante, equiparable al de las preces de la misa (cf. OGLH 180), de interceder y suplicar «por todos los hombres» (+1Tim 2,1-6). En la oración cristiana, modelada en la oración bíblica, la petición no anda lejos de la alabanza y de la acción de gracias, y a veces fluye de éstas (OGLH 179). En Laudes las preces consagran el día al Señor, y en Vísperas suplican por las diversas necesidades de la Iglesia y del mundo. Y «en las preces que tienen lugar en las Vísperas, la última intención es siempre por los difuntos» (186).

d) El Padrenuestro.

El Padrenuestro es la oración más alta que la Iglesia puede rezar, y la más grata al Padre. Es la oración de los hijos que, reunidos con el Primogénito, ofrecen al Padre común, nuestro, en un solo Espíritu (+Ef 4,4-5).

e) Final.

La oración conclusiva, sea propia o tomada del curso ferial, tiene en Laudes y Vísperas una gran belleza y profundidad de contenido, como hemos podido comprobar al estudiar la significación peculiar de estas Horas.

Por último, el ministro ordenado, que preside en el nombre de Cristo, bendice a la asamblea y la despide, es decir, la envía (+Mt 6,46). (No tiene, pues, sentido que, alterando la fórmula y diciendo «descienda sobre nosotros», el ministro oculte al Cristo que él debe expresar en la asamblea litúrgica, y cambie así la bendición en mera súplica). Si no hay presidencia ministerial, la asamblea se despide a sí misma con una fórmula apropiada.


http://encuentra.com/

No hay comentarios:

Publicar un comentario