El Domingo: Dia del Señor

EL DOMINGO

Desde los orígenes hasta el siglo IV

El domingo es, desde el punto de vista histórico, la primera fiesta cristiana; más aún, durante bastante tiempo fue la única. Los primeros cristianos comenzaron enseguida a celebrarlo, pues ya hablan del domingo la primera carta a los Corintios (16, 1), el libro de los Hechos (20, 27), la Didaché (14, 1) y el Apocalipsis (1, 10).

A) Nomenclatura

Aunque terminó prevaleciendo el término kiriaké entera, dies Domini, día del Señor, durante los primeros tiempos la terminología no fue uniforme. El domingo fue designado como «el día primero de la semana» o «día siguiente al sábado » (1 Cor. 16, 2; Act. 20, 7); «día octavo» (Epist. de Bernabé, 15, 9), «día primero» y «día del sol» (San Justino, I Apol. 67) y «día del Señor» (Apoc. 1, 10; Didaché 14, 1).

El día del Señor comporta la idea de que Jesús, por su Resurrección, ha sido constituido Señor, es decir: que desde ese momento está en la gloria, a la derecha de Dios Padre, que es Señor de vivos y muertos, que volverá al final de los tiempos a juzgar y que su reino no tendrá fin. Este es uno de los temas esenciales del kerigma primitivo (Act. 2, 22-25, comparado con salmo 109; 2, 36; Rm. 10, 9; 1 Cor. 12, 3; Fil. 2, 9-11). Día del Señor no se refiere, por tanto, al profético «día venidero, día terrible, día de cólera de Dios, día de la venganza del Señor» (Is. 34, 8; cfr. Ex. 7, 19; Sof. 1, 8; 2, 3); ni siquiera al «día que hace el Señor», día de la victoria de los que han permanecido fieles (Mal. 3, 17; 4, 3), sino al «día que hizo el Señor, día de alegría y gozo», del salmo 117, interpretado en clave profética, es decir, referido a la Resurrección. El día del Señor es, en definitiva, el «día señorial del Señor», según la tautología tan inelegante como expresiva de la Didaché (14, 1).

El domingo como día primero significa el día en que Cristo, por su Resurrección (que aconteció el primer día de la semana), inaugura una nueva creación, superior a la primera. En este mismo sentido lo entenderán algunos escritores eclesiásticos posteriores: Clemente de Alejandría; Eusebio de Cesárea; Pseudo Eusebio de Alejandría. Hay, pues, una aproximación entre la primera creación del Génesis y la nueva creación que ha realizado la Resurrección de Cristo.

Como día octavo, el domingo es el día que recuerda el Bautismo, en cuanto realidad que nos salva y como nueva circuncisión que suplanta a la circuncisión judía, que se celebraba el octavo día, y, sobre todo, el anuncio del día que no tendrá fin (sentido escatológico).

De todos modos, esta variada terminología expresa una realidad fundamental: el domingo es el día que celebra el misterio de la Resurrección del Señor. Las demás significaciones son colaterales.

B) Los orígenes

Es indudable que el significado y el origen del domingo —prescindiendo de algunos detalles menos claros— tienen como trasfondo el conjunto de hechos y tradiciones que forman la Pascua: Resurrección de Cristo victorioso, y apariciones a los suyos.

Esa es la causa que explica la conexión que establecen muchos testimonios antiguos entre la celebración dominical cristiana y el gran suceso pascual, el nexo entre la Pascua de Cristo y el domingo cristiano, y el carácter alegre, festivo y esperanzado del primitivo domingo.

La constitución Sacrosanctum Concilium resume muy bien el origen y el significado pascual del domingo: «La Iglesia celebra el misterio pascual en virtud de una tradición apostólica que se remonta al mismo día de la Resurrección de Cristo, cada ocho días. A este día se le llama con razón el día del Señor o domingo» (n. 106). En cuanto a la concretísima cuestión de si el domingo surge del hecho mismo de la Resurrección, como creen la mayoría de los autores, o de las apariciones del Resucitado la tarde de Pascua y ocho días después —como opinan Rordorf y parece que Cullmann—, es innegable que la Iglesia, iluminada por la luz de Pentecostés, «desde entonces, nunca ha dejado de reunirse para celebrar el misterio pascual... celebrando la Eucaristía, en la cual se hacen de nuevo presentes la victoria y el triunfo de su muerte» (SC, 6).

C) Elementos específicos

Respecto a los elementos específicos del domingo cristiano, los documentos no dejan lugar a dudas: la celebración de la Eucaristía es el eje dominical. En ella el Resucitado se hace presente entre sus hermanos en la fe y éstos se encuentran con El a nivel sacramental. De este modo aparece que la Resurrección no sólo ha dado origen y fisonomía al domingo sino que ha estado también, desde el principio, en el corazón de la celebración dominical.

Esa presencia del Resucitado, a la vez que alegra a la comunidad reunida en su nombre (la cual, por otro lado, le siente todavía muy cercano), aumenta la esperanza de volver a verlo, originando así una vivísima tensión escatológica, resultante de unir la presencia de Cristo resucitado en la celebración eucarística con su última y definitiva venida, esperada ardientemente, como se desprende del «venga la gracia y pase este mundo» (Didaché, 10, 6). Pero el Resucitado no sólo se hacía presente, sino que se entregaba como «pan de vida» o «antídoto para no morir» (SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Ad Ephes., 20, 2), convirtiéndose así en prenda y anticipo de la resurrección de los cristianos.

Dentro de este marco eucarístico, el domingo incluyó la lectura de la Palabra de Dios. Mientras vivieron los Apóstoles, su voz resonaba en las asambleas eucarísticas, como atestigua el relato de Tróade (Act. 20, 7-12); más tarde, comenzaron a leerse sus escritos y todos los demás del Antiguo y Nuevo Testamento. La Palabra de Dios incluía un comentario actualizado, es decir, la homilía. La liturgia de la Palabra tuvo tanta importancia, que pronto vino a ser inconcebible una celebración dominical en la que no se partiese a la vez el pan de la Palabra y el pan Eucarístico.

La celebración de la Eucaristía trajo consigo la inclusión de un tercer elemento dentro de la primitiva estructura del domingo: el convenire in unum. En torno a la Eucaristía, los cristianos se expresaban mutuamente los vínculos de fraternidad, surgidos del Bautismo, por el perdón de las ofensas, el ósculo de la paz y la limosna. Ese «reunirse en común para participar en la Eucaristía» era tan importante, que la ausencia de un cristiano de la sinaxis eucarística se consideraba como signo de la quiebra inicial o definitiva de la nueva vida que en él había inaugurado el Bautismo.

D) El trabajo

En cambio, la celebración primitiva del domingo no exigió ni incluyó el descanso laboral —como ocurría con el sábado judío—, ni siquiera en el ambiente jerosolimitano, donde parece que coexistieron durante algún tiempo la celebración sabática y la dominical.

La explicación de esta realidad, al menos por lo que respecta a las comunidades cristianas procedentes de la gentilidad, se encuentra en el hecho de que la minoría cristiana tuvo que aceptar y compartir unas estructuras sociales y civiles en las cuales el domingo era un día laboral. Incluso ese contexto podría explicar que las reuniones para celebrar la Eucaristía tuvieran lugar al atardecer del sábado o el domingo por la noche o el domingo muy de mañana. El descanso dominical no entró en la praxis cristiana hasta que Constantino lo impuso como obligatorio dentro del Imperio.

En resumen: durante los primeros siglos el eje del domingo fue la celebración de la Sagrada Eucaristía. En ella se conmemoraba y actualizaba la Resurrección de Jesucristo y los fieles se reunían para participar del pan de la Palabra y del pan sacramental, a la vez que fomentaban y expresaban la fraternidad. Aunque no era una obligación moral tomar parte en la Eucaristía, la comunidad cristiana se sentía urgida a hacerlo y los fieles superaban con su fervor las dificultades que surgían del carácter laboral del domingo y de otras circunstancias, a veces no sólo adversas sino hostiles. Gracias a esa participación, verdaderamente piadosa y consciente, su vida se convertía en un claro y atrayente testimonio cristiano.

2. Evolución posterior

A partir del siglo IV, el domingo experimenta una importante evolución, gracias a estos cuatro factores: la ley del descanso, el desarrollo del año litúrgico, el entibiamiento del fervor primitivo y la sobrevaloración de las fiestas de los santos.

A) El descanso dominical

Aunque permanecen oscuras las causas y motivaciones, el tres de marzo del 321 el emperador Constantino impuso a todas las profesiones y categorías de trabajo, la obligación de descansar el domingo (Código de Justiniano, III, 12, 2). En una constitución un poco posterior (3 de julio del mismo año), prohibió también los procesos judiciales, pretendiendo favorecer así el culto dominical.

Otros emperadores dieron nuevas disposiciones con idéntica intención (Valentiniano: 21 de abril del 368-373?; Graciano, Valentiniano y Teodosio: 3 de noviembre del 386; Valentiniano, Teodosio y Arcadio: a. 389; Honorio y Teodosio: a. 409), como la que prohibía los juegos y espectáculos por respeto al culto divino (a. 392-395?, repetida el a. 425).

Esta legislación encontró una predisposición favorable en los cristianos, motivada por las necesidades cultuales que trajeron consigo las numerosas conversiones y el carácter gozoso del domingo; el cual, aunque se fundamenta en la Pascua de la liturgia dominical, tiende a prescindir de lo que es duro y odioso en este día (como los procesos) o pueda coartarlo (vg. el trabajo); y procura favorecer, en cambio, las medidas sociales y caritativas que facilitan comunicarlo a los demás.

También fue acogido favorablemente por la Iglesia oficial, según se desprende de un canon del Concilio de Laodicea (c. 29), que invita a los fieles a honrar el domingo absteniéndose del trabajo, en cuanto sea posible.

Los Padres de este momento trataron de justificar teológicamente el descanso dominical, viendo en él un elemento necesario para mantener el debido equilibrio entre las actividades del cuerpo y del espíritu; y un medio muy eficaz para fomentar las relaciones personales y sociales entre los hombres y favorecer la participación en el culto. Sin embargo, se vieron obligados a luchar contra un doble hecho: el sabatismo de quienes querían suplantar el domingo por el sábado y la sabatización del domingo, que reducía el día del Señor a un mero descanso, dando lugar a que los fieles se entregaran a los juegos y esparcimientos, olvidando sus deberes religiosos. Durante el siglo IV los Padres se lamentan frecuentemente de la indolencia de muchos cristianos, que no acuden a la celebración dominical eucarística por dedicarse a sus negocios, al circo o al teatro.

B) Desarrollo del año litúrgico

En los siglos V-VI el año litúrgico sufrió un fuerte desarrollo: se organizaron la Cuaresma, el Tiempo Pascual, Navidad-Epifanía, Adviento; aumentó el número de los santos en el calendario y se introdujeron en el mismo las primeras fiestas marianas. Todo esto trajo consigo un cambio profundo respecto al domingo; de tal modo que no tardó en oscurecerse su carácter de día de la Resurrección, siendo necesario muy pronto un esfuerzo de reflexión para redescubrirlo.

De otro lado, el lugar que pasaron a ocupar muchos domingos dentro de los respectivos ciclos motivó que adquiriesen un cierto individualismo y una fisonomía particular, viéndose menos en cada uno la Pascua hebdomadaria. Únicamente los domingos ordinarios o cotidianos, que más tarde se llamarían «después de Epifanía» y «después de Pentecostés », mantuvieron en primer plano el primitivo carácter del domingo como celebración semanal de la Pascua del Señor.

C) Decaimiento del fervor y obligatoriedad de la misa dominical

Como atestigua San Ignacio de Antioquía, nunca faltó un cierto número de cristianos tibios o indolentes, que celebraban sin fervor el domingo y no participaban en la Santa Misa. Este grupo aumentó mucho cuando masas enteras se convirtieron al cristianismo después de la paz constantiniana sin la preparación evangelizadora deseable.

Los Padres reaccionaron vivamente contra esta situación, insistiendo en sus predicaciones en el peligro de condenación a que se exponían quienes faltaban frecuentemente a la Eucaristía dominical. Ya antes decía la Didascalia (2, 59, 3); «¿qué excusa presentará a Dios quien, anteponiendo sus intereses particulares, no acude el domingo a nutrirse con la Palabra que salva y el alimento divino que permanece eterno?». Sin embargo, en este momento ninguno de los Padres orientales usa la expresión pecado grave, ni menciona la obligación grave de cada uno de los cristianos para asistir cada domingo a la celebración eucarística. En Occidente, Máximo de Turín (a. 408-423) es el primero en considerar la ausencia a la Eucaristía dominical como una ofensa a Dios, pues supone un desprecio a la invitación de Cristo.

San Cesáreo de Arlés (†542) es el primer testimonio que dice expresamente que es «pecado grave contra Dios» faltar a la misa dominical. Poco después, en el concilio de Agda (a. 506), aparecerá la primera ley eclesiástica que sancione explícitamente la obligación grave de participar en la misa del domingo (c. 47).

Este Concilio, junto con los de Orleans (a. 511, en. 26; a. 538, en. 32) y los Statuta Ecclesiae Antiqua —documento de la Galia meridional de mitad del siglo V—, gracias a su inserción en las colecciones canónicas y en el Decreto de Graciano, forman la base jurídica de la disciplina dominical posterior, incluida la del Código de Derecho Canónico de 1917 (cánones 1248 y 1249).

Hacia el siglo IX se añadió una nueva precisión al precepto de participar en la Eucaristía dominical, pues ya no bastaba con hacerlo en cualquier lugar sino en la propia parroquia. Con la llegada de las Ordenes Mendicantes se inició la desaparición de esta peculiaridad, siendo definitivamente abrogada en 1592 por el Papa Clemente VIII. En cambio, siguió insistiéndose cada vez más en la obligación grave de oír misa entera todos y cada uno de los domingos. Los argumentos esgrimidos para justificar esta legislación fueron las disposiciones jurídicas del concilio de Agda y, sobre todo, la praxis de la Iglesia.

D) Celebración de los santos en domingo

La dinámica interna de la Iglesia y del mismo año litúrgico provocaron el crecimiento del santoral. Pero al no valorarse bien durante la Edad Media la primacía del misterio de Cristo, el domingo fue desplazado con frecuencia por la celebración de un santo o por otra celebración votiva.

Durante ese mismo período se consolida la costumbre de completar la celebración de la Resurrección de Cristo —elemento tradicional del domingo— con un homenaje especial a Dios Trino; lo que trajo consigo la suplantación de la misa dominical por la de la Santísima Trinidad.

San Pío V intentó restablecer la prevalencia del domingo, mandando que no cediese, salvo en determinadas ocasiones, a las fiestas de santos con carácter de dobles menores. No obstante, a partir del siglo XVII se inicia una situación tan grave, que el oficio dominical estaba casi abolido en tiempos de san Pío X. Este santo Pontífice dio medidas muy restrictivas sobre la celebración de fiestas en domingo. Tenían carácter provisional, pues pretendía realizar una reforma más amplia; reforma que no pudo ultimar por falta de tiempo.

3. El domingo en el momento actual

A) Orientación doctrinal del Vaticano II

La Constitución sobre la Liturgia del Concilio Vaticano II se ocupa frecuentemente del domingo. Por ejemplo, al tratar de las celebraciones de la Palabra (n. 35-4), de la participación en la Misa (n. 48), de la homilía (n. 52) y del rezo comunitario de las Vísperas (n. 100).

Sin embargo, donde encara la cuestión con mayor amplitud y con gran hondura teológico-pastoral es en el capítulo referente al año litúrgico. En él, después de afirmar que «la Santa Madre Iglesia (...) cada semana, en el día que llamó del Señor, conmemora su resurrección» (SC, n. 102), dedica un denso y extenso número a tratar del origen, naturaleza y características del domingo. He aquí el texto:

«La Iglesia, por una tradición apostólica, que trae su origen del mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día en que es llamado con razón "día del Señor" o domingo. En este día, los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la Palabra de Dios y participando en la Eucaristía, recuerden la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios que los hizo renacer a la viva esperanza por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos (1 Pd. 1, 3). Por esto, el domingo es la fiesta primordial, que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles de modo que sea también día de alegría y de liberación del trabajo. No se le antepongan otras solemnidades, a no ser que sean de verdad de suma importancia, puesto que el domingo es el fundamento y el núcleo de todo el año litúrgico» (SC, n. 106).


Esta doctrina ha sido confirmada y normatizada en varios documentos litúrgicos posteriores, sobre todo en la Instrucción Eucharisticum Mysterium (25-V-1967), en el Calendarium Romanum (1969) y en OGMR-Ordo Missae (3.IV.69 y 6.IV.69, respectivamente).

B) El nuevo Código de Derecho Canónico

El nuevo Código de Derecho Canónico recoge sustancialmente esta doctrina en los tres cánones que dedica al domingo (ce. 1246, 1247, 1248). «El domingo —comienza afirmando—, en el que se celebra el misterio pascual, por tradición apostólica, ha de observarse en toda la Iglesia como fiesta principal de precepto» (c. 1246). Un poco más adelante añade: «El domingo (...) los fieles tienen obligación de participar en la Misa; y se abstendrán además de aquellos trabajos y actividades que impidan dar culto a Dios, gozar de la alegría propia del día del Señor y disfrutar del debido descanso de la mente y del cuerpo».

Comparando estos cánones con los del Código anterior, se advierte un fuerte contraste. En efecto, en el Código de 1917 el domingo aparecía como un día «festivo» y «de precepto» (c. 1247) en el cual «se debe oír Misa (...) y abstenerse de trabajos serviles y de actos forenses, e igualmente, si no lo autorizan costumbres legítimas o indultos peculiares, (...) del mercado público, de las ferias y de otras compras y ventas públicas» (c. 1248).

Las mayores novedades del nuevo Código son éstas: la afirmación explícita de que el domingo: a) celebra el misterio pascual, b) es de origen apostólico, c) es la fiesta principal de la Iglesia, d) es el día de la alegría cristiana y e) el día en que la comunidad cristiana participa en la celebración eucarística. Así mismo, la supresión de la división clásica del Código anterior de trabajos serviles y liberales, y la consiguiente prohibición o permisión; tanto el trabajo como el descanso reciben una nueva impostación. Se prohíben, en efecto, los trabajos y actividades que impiden cualquiera de estos tres aspectos: dar culto a Dios, gozar de la alegría propia del día del Señor y disfrutar del debido descanso de la mente y del cuerpo.

Teniendo en cuenta la doctrina conciliar sobre la participación litúrgica en general y la participación eucarística en particular, no es difícil advertir la diferencia que existe entre la formulación «se debe oz'rmisa» (c. 1248 del Código anterior) y «los fieles tienen obligación de participaren la Misa» (c. 1247 del Código vigente).

Una tercera novedad importante está contenida en el canon 1248, donde se recoge y normatiza la nueva situación pastoral surgida en bastantes lugares por la escasez de clero: «Cuando falta el ministro sagrado u otra causa grave hace imposible la participación en la celebración eucarística, se recomienda vivamente que los fieles participen en la liturgia de la Palabra, si ésta se celebra en la iglesia parroquial o en otro lugar sagrado conforme a lo prescrito por el obispo diocesano, o permanezcan en oración durante el tiempo debido personalmente, en familia, o, si es oportuno, en grupos familiares».

Cuando se realicen los oportunos estudios interdisciplinares, podrá advertirse mejor toda la riqueza teológica, litúrgica, moral y jurídica que contiene el nuevo Código y las perspectivas pastorales que abre hacia una auténtica renovación de esta secular institución eclesial.

C) Naturaleza y sentido del domingo

Según la doctrina expuesta, el domingo es la fiesta primordial cristiana; tiene como eje central la celebración eucarística; está marcado por la liberación del trabajo, la alegría, una oración más intensa y una mayor vivencia de la caridad y del apostolado; y, finalmente, es el fundamento y el núcleo del año litúrgico.

a) El domingo, fiesta primordial cristiana

La liberación del pueblo hebreo, mediante una especial intervención divina, constituyó la razón histórica del pueblo judío y el fundamento de la alianza mosaica. La celebración de ese magno acontecimiento a través de los siglos, hacía que cada generación se insertase en su corriente liberadora e hiciese propia la intervención salvífica obrada por Dios en el pasado. Por este motivo, la Pascua era la fiesta de las fiestas judías.

Con el supremo acontecimiento de la Muerte y Resurrección de Cristo, las intervenciones salvíficas de Dios alcanzan su punto culminante; ya que de él nacen un nuevo pueblo y una nueva y definitiva alianza. Cuando los cristianos celebran ese acontecimiento —su Pascua—, celebran lo que es su fiesta primordial; más aún, su única fiesta.

Esta celebración tiene lugar siempre que se actualiza la muerte y resurrección de Cristo, es decir, siempre que se celebra la Eucaristía. Cuando esto ocurre, sea a ritmo diario, semanal o anual, el pueblo cristiano celebra su fiesta. En estricto rigor, se puede decir, por tanto, que donde hay Eucaristía hay fiesta cristiana y que todos los días son fiesta, porque en todos ellos se actualiza la Eucaristía. Ahora bien, desde sus mismos orígenes la Iglesia ha celebrado con especial solemnidad la pascua hebdomadaria, es decir, el domingo; cabe afirmar, por tanto, que el domingo es la fiesta por antonomasia de las fiestas cristianas. Con razón afirma la Constitución de Liturgia, y repiten otros documentos posteriores (CR, 44 y EM, 25), que «el domingo debe ser tenido como la fiesta principal» (SC, 106).

De estos principios ha deducido el Calendario Romano esta gran consecuencia: «el domingo tan sólo cede en su celebración a las solemnidades, y a las fiestas del Señor, si bien los domingos de adviento, cuaresma y pascua tienen precedencia sobre todas las fiestas del Señor y sobre todas las solemnidades» (CR, n. 5). Por el mismo motivo, «el domingo excluye la asignación perpetua de otra celebración» (CR, n. 6), aunque en los domingos dentro de la octava de navidad, después del seis de enero, el siguiente a Pentecostés y el último del año se celebran las fiestas de la Sagrada Familia, el Bautismo del Señor, la solemnidad de la Santísima Trinidad y la de Cristo Rey, respectivamente (Ibidem). Por motivos especiales, a saber, si no son de precepto en aquella nación, las solemnidades de la Epifanía, Ascensión y Corpus Christi quedan asignadas de este modo: la Epifanía, al domingo que cae entre el 2 y el 8 de enero; la Ascensión, al domingo VII de Pascua y el Corpus Christi, al domingo siguiente a la Santísima Trinidad (CR, n. 7).

b) El domingo, día de la Eucaristía

Desde los tiempos apostólicos el corazón del domingo ha sido la Eucaristía. Cuando todavía era día laborable, no se concebía el domingo sin celebración eucarística. En el momento en que se convirtió en día oficial de descanso, la Eucaristía siguió ocupando el centro de la celebración dominical.

Teológicamente no podía ser de otro modo, pues el domingo tiene como razón de ser la celebración semanal (SC, 106) del misterio pascual de la Muerte y Resurrección de Jesucristo, mientras llega el día del retorno definitivo del Señor. Como decíamos antes, la Pascua de la nueva alianza es el centro de la nueva economía, como la judía lo era de la economía antigua. Ahora bien, la fiesta pascual cristiana no sólo tiene carácter anual, como la judía, sino permanente y universal, en cuanto que se celebra en cualquier tiempo y lugar. Sin embargo, el domingo fue instituido para vivir más intensamente la Pascua de Cristo; por lo cual, entre «día del Señor» y «misterio eucarístico», en cuanto actualización de la Pascua de Cristo, existe identidad teológica; celebración eucarística y domingo son realidades inseparables.

Para un cristiano debe ser un axioma la respuesta de los mártires de Abitinia al procónsul: «Hemos hecho muy conscientemente esto de celebrar la comida del Señor (la Eucaristía), porque no podemos existir sin ella».

Desde esa perspectiva será capaz de superar la tentación de desplazar habitualmente al sábado la misa dominical y reorientar la concepción de los «fines de semana».

Desde el punto de vista pastoral, la eucaristía dominical ha servido y debe servir para mantener viva la conciencia de la realidad más importante del cristianismo: que somos «la nueva creación» instaurada por el Kirios; que estamos llamados a participar de su glorificación.

El sentido teológico y pastoral de la celebración eucarística dominical no está en conflicto con la obligación «sub gravi» aún vigente por la Iglesia; al contrario, esta obligación es un medio eficaz para salvaguardar el verdadero carácter del domingo respecto a los cristianos no muy fervorosos.

Sin embargo, la Iglesia desea que los fieles no se limiten a cumplir lo que el precepto exige como grave, sino que «participen consciente, activa y fructuosamente» (SC, 48), tanto en la liturgia de la Palabra como en la liturgia más propiamente eucarística. Ambas, en efecto, «están tan unidas, que forman un sólo acto de culto» (SC, 56). Además, la síntesis histórica-salvífica contenida en las abundantes y bien escogidas lecturas dominicales y actualizada en la homilía —que nunca debe omitirse sin causa grave en las misas a las que asiste el pueblo (SC, 52)—. A la vez que alimenta la formación cristiana y remedia la ignorancia religiosa de muchos fieles, prepara eficazmente la participación fructuosa en la liturgia eucarística.

c) El domingo, día de descanso

La actualización de la Muerte y Resurrección de Cristo en la Eucaristía dominical confiere al domingo cristiano un carácter esencialmente distinto del que tenía el sábado judío. Sin embargo, el domingo lleva a plenitud lo que anunciaba el sábado. Por esto, cuando la legislación civil introdujo la ley del descanso dominical, encontró favorable acogida en la Iglesia, pues veía en ella no sólo un medio adecuado para favorecer el culto y reparar las fuerzas naturales, 679 INICIACIÓN A LA LITURGIA DE LA IGLESIA sino la conmemoración del nuevo descanso instaurado por Cristo en la Resurrección, nueva y definitiva creación. Al igual que los judíos descansaban para imitar el reposo de Dios después de los seis días creadores —dando a su descanso un sentido claramente cultual, a diferencia del meramente profano de los pueblos circundantes—, los cristianos, liberándose del trabajo, celebraban el nuevo descanso instaurado por la Resurrección de Cristo, participando así en primicia del definitivo descanso del Cielo. El descanso cristiano no equivale, pues, a ociosidad sino que es sinónimo de liberación de cualquier atadura y esclavitud. Por eso podía afirmar san Agustín que «los cristianos observan espirítualmente el precepto del sábado, sea absteniéndose de toda obra servil, es decir, de todo pecado —porque quien comete pecado es esclavo del pecado—, sea poseyendo en su corazón el reposo y la tranquilidad espiritual, prenda y figura del reposo eterno23. La concepción de la naturaleza del trabajo y de la dignidad de las personas, sobre la que descansan los conceptos de trabajos serviles y liberales así como su permisión o prohibición y el consiguiente concepto de descanso, han sufrido una profunda revisión en nuestro tiempo. De una parte, la distinción de las personas según el nivel social y la clase de trabajo que realizan, está desapareciendo, al menos en teoría; de otra, el trabajo es considerado como un medio indispensable para la promoción de todos, y el descanso como una necesidad universal para librarse de la esclavitud alienante que conllevan muchos trabajos o una ininterrumpida actividad (cfr. GS, 67 y 61). En esta perspectiva, el descanso aparece como medio para desarrollar aspectos de la vida del hombre, tanto a nivel personal como familiar y social, que no podrían llevarse a cabo con un trabajo ininterrumpido. El trabajo queda afectado por esta realidad y prohibido en cuanto pueda dificultad esos aspectos. Sin embargo, el descanso dominical tiene una motivación teológica específica. En efecto, es un descanso cultual, en cuanto que tiene como finalidad última favorecer el culto cristiano, precisamente en el día que es considerado como «día del Señor». Desde esta perspectiva, el trabajo se prohí- 680 EL DOMINGO be a bs cristianos en la medida en que impide la participación en el culto, especialmente en el culto eucarístico. Finalmente, el descanso ofrece a los cristianos una posibilidad real de dedicarse a la meditación y contemplación, a la lectura de la Sagrada Escritura y a las obras caritativas y apostólicas. Conviene, no obstante, estar precavidos contra la tentación de convertir el descanso y el tiempo libre en mero ocio y, lo que es más grave, emplearlo para diversiones y actividades absolutamente incompatibles con la naturaleza del domingo como «día del Señor». d) El domingo, día de la comunidad cristiana Al igual que el antiguo Israel tuvo su origen en la Pascua, el nuevo Pueblo de Dios brota de la Pascua de Cristo. Según esto, es todo el nuevo Pueblo, además de cada uno de sus miembros, quien debe celebrar la Pascua cristiana; celebración que tiene lugar cuando se congrega en torno a la Eucaristía, donde Cristo mismo actualiza su Muerte y Resurrección redentoras. Por este motivo dice la Eucharisticum Mysteriunv «cada vez que la comunidad cristiana se reúne para celebrar la Eucaristía, anuncia la muerte y resurrección del Señor...»; pero «la comunidad cristiana manifiesta esto principalmente el domingo, es decir, el día en que se celebra de un modo especial el misterio pascual en la Eucaristía » (EM, 25). El domingo es, por tanto, el día en que la comunidad cristiana, como tal comunidad, se reúne para celebrar comunitariamente el misterio pascual. De ahí brota la conveniencia de «fomentar el sentido de la comunidad eclesial, que se nutre y expresa de un modo especial en la celebración comunitaria de la misa dominical, sea en torno al obispo, sobre todo en la catedral, sea en la comunidad parroquial, cuyo pastor hace las veces del obispo » (EM, 26). Con todo, han de evitarse todos los reduccionismos, pues la Eucaristía no agota el carácter del domingo como día de la comunidad cristiana, ni ésta manifiesta su naturaleza comunitaria únicamente en la celebración eucarística y, menos aún, en una celebración eucarística concreta y específica. El domingo expresa también el carácter de «día de la co- 681 INICIACIÓN A LA LITURGIA DE LA IGLESIA munidad cristiana» cuando ésta participa en las celebraciones bautismales y en otras celebraciones litúrgicas (rezo comunitario de Vísperas) o no litúrgicas (rezo del santo Rosario en familia, o en la Iglesia parroquial o en grupos familiares) y realiza actividades caritativas y apostólicas en favor de los demás, individualmente o en grupo. e) El domingo, día de la alegría cristiana Cuando la Constitución de liturgia afirnia que el domingo «es el día de la alegría» (SC, 106), no hace sino repetir una nota que ha sido característica del domingo desde sus mismos orígenes. De ella hablan ya la Carta de Bernabé (escrito no posterior al año 130), Tertuliano y la Didascalia, para la cual «el que no esté alegre el domingo comete pecado» (Did. 21). Ahora bien, conviene precisar que la alegría dominical es específica cristiana, pues brota del misterio pascual, es decir, del hecho de saberse salvados y destinados a la alegría imperecedera y completa de la Jerusalén celeste. No es, pues, una alegría meramente humana ni, con mayor motivo, pagana. Es verdad que la naturaleza del hombre exige que la alegría se manifieste en actitudes y comportamientos externos; pero incluso esas exterioridades han de tener connotaciones cristianas. Los primeros cristianos manifestaban la alegría dominical no ayunando y no rezando de rodillas; pero esas expresiones estaban teñidas de cristocentrismo, como se desprende, por ejemplo, del carácter cristológico del ayuno primitivo. La Eucaristía, la realidad de nuestra filiación divina, la oración comunitaria y personal más intensa, la recuperación de la gracia bautismal mediante el sacramento de la Reconciliación, la entrega desinteresada y generosa a los demás, etc., son manifestaciones concretas de la vivencia del misterio pascual; por tanto, el misterio de Cristo, muerto y resucitado, es la fuente de donde mana la alegría cristiana en general y, más en concreto, la alegría dominical. Esta especificidad de la alegría cristiana debe ser recuperada, pues son muchos los cristianos que no sólo la desconocen sino que la han adulterado e incluso desnaturaliza- 682 EL DOMINGO do, convirtiéndola en realidad profana y, con frecuencia, pagana. Sin embargo, también en este punto conviene evitar reduccionismos, pues tienen plena vigencia las palabras de Clemente de Alejandría: «Pasando toda nuestra vida como en una fiesta, persuadidos de que Dios está en todas partes, trabajamos cantando, navegamos al son de himnos, nos dedicamos a todas nuestras ocupaciones rezando. El cristiano que realmente lo es, habita constantemente con Dios; está siempre grave y alegre; grave, por el respeto que debe a la presencia de Dios, alegre, porque reconoce todos los bienes que ha hecho Dios al hombre» (Stromata 7, 7, 23). f) El domingo, núcleo del año litúrgico Hasta bien entrado el siglo II, lo que hoy llamamos año litúrgico tenía una estructura muy elemental, pues consistía en la repetición de la Eucaristía cada domingo. Cuando a la pascua semanal se añadió la celebración solemne de la pascua anual, ésta fue una derivación del domingo, el cual, por otra parte, mantuvo su originaria primacía. Con el paso de los siglos, vendrían nuevas ampliaciones del año litúrgico, pero todas serían consecuencia de desarrollar la síntesis que él encierra, a saber: el misterio salvífico de Cristo, cuyo núcleo comprende el misterio de su Muerte y Resurrección. Esta doctrina ha sido reafirmada por la Constitución de Liturgia, no sólo mediante la afirmación expresa de que «el domingo es el fundamento y el núcleo de todo el año litúrgico » (SC 106), sino por la apoyatura teológica aducida: la Iglesia celebra durante todo el año litúrgico «la obra salvífica de su divino Esposo» (SC 102), actualizando en todo espacio y lugar los misterios de la redención y comunicando a través de ellos «las riquezas del poder santificador y de los méritos de su Señor» (SC, 102). Desde el punto de vista teológico, el año litúrgico no es más que un domingo continuamente actualizado, puesto que la Eucaristía, núcleo del domingo, resume y contiene todos los méritos y frutos de la redención. D) Un peligro a evitar: la neosabatización del domingo El sábado era el día semanal que los judíos dedicaban al culto, siendo la sinagoga y la abstención laboral sus dos ejes 683 INICIACIÓN A LA LITURGIA DE LA IGLESIA fundamentales. Quizás fuera más exacto afirmar que era el día del descanso cultual, pues Dios mismo lo había instituido (Gn. 2, 3) y había mandado abstenerse de ciertos trabajos (Ex. 20, 8.11; 21, 13; Dt. 5, 14) para que el pueblo pudiera dedicarse más intensamente a honrarle. Con el paso del tiempo, el espíritu ritualista, en que cayó frecuentemente el culto judío, y la casuística rabínica habían complicado las cosas de tal modo que, en tiempos de Jesucristo, había una clasificación de treinta y nueve trabajos prohibidos. La acusación que hacen los fariseos contra los Apóstoles (Mt. 12, 1-2), por haber desgranado algunas espigas en sábado, y la condena a muerte que dictan contra Jesús, ponen de manifiesto la degradación a la que habían conducido al sábado la casuística y el fariseísmo. Jesús rebatió las exageraciones farisaicas recurriendo a dos ejemplos por todos conocidos, a saber: la conducta de David cuando huía de la persecución de Saúl (1 Sam. 2, 7) y el ministerio de los sacerdotes en el Templo, que para realizar el culto divino debían hacer ciertos trabajos, sin quebrantar por ello la ley del descanso (Cfr. Núm. 28, 9). Más aún, realizó varios milagros en sábado (Cfr. Mt. 12, 13), demostrando así que «es lícito hacer el bien en sábado», y se declaró «Señor» del mismo. Precisamente, la proclamación del señorío de Cristo sobre la institución sabática fue causa de que los fariseos decretaran su muerte (Mt. 12,14). Era, efectivamente, una blasfemia, para quienes se negaban a admitir la divinidad de Jesucristo, puesto que sólo Dios estaba por encima del sábado. En los primeros tiempos de la Iglesia existieron tensiones entre los judeocristianos y los cristianos procedentes del paganismo, porque mientras los primeros seguían observando el sábado, los otros, además de ignorarlo, juzgaban que era retroceder a una situación precristiana de esclavitud (cfr. Gal. 4, 8-11). Poco a poco fue imponiéndose el domingo sobre el sábado, pues los cristianos vieron muy pronto que en Cristo se había cumplido y llevado a plenitud la significación liberadora del sábado. Algunos testimonios de finales del siglo JJ (Tertuliano) y posteriores (la Tradición Apostólica, las Constituciones Apostólicas) no deben interpretarse en el sentido de un esfuerzo 684 EL DOMINGO por reimplantar el sábado, sino como una revalorización de ciertos aspectos religiosos y espirituales del Antiguo Testamento; vg. la oración, el ayuno, etc. El sábado fue considerado no tanto como el día en que se prohibía el trabajo cuanto el día en que se exigía abstenerse del pecado, verdadera obra servil y esclavizante. Más tarde, cuando los Padres comenten el Decálogo, insistirán en esta idea, al explicar que el tercer precepto no debía interpretarse a la letra sino en sentido espiritual, guardándose de caer en la esclavitud del pecado. No faltaron comunidades judeocristianas que conservaron escrupulosamente la institución sabática; pero se trató de grupos aislados. Hasta que llegó la Edad Media, no se hizo realidad generalizada la trasposición legal del sábado al domingo. En cambio, a partir de ese momento, los concilios y los sínodos, la catequesis y la pastoral insistirán primordialmente en la santificación del domingo entendida como abstención de los trabajos serviles y audición de la Misa entera, dejando en olvido fáctico las demás características propias del día del Señor. Por otra parte, los canonistas y moralistas estudiaron tan pormenorizadamente las condiciones mínimas que se requerían para «cumplir el precepto», que incidieron en una casuística no muy distinta de la rabínica. Incluso los grandes teólogos medievales —excluido santo Tomás (II-II, q. 122, 1.4)— olvidaron la perspectiva desde la que los santos Padres habían considerado el domingo y compartieron fundamentalmente el enfoque de los moralistas y canonistas. Todas estas causas desembocaron en una observancia bastante formalista del descanso dominical, parecida a la del descanso sabático judío. Este fenómeno es conocido con el nombre de sabatización del domingo. No parece que en el momento actual las corrientes teológico- litúrgicas, morales y canónicas puedan desembocar en una neosabatización del domingo; al contrario, la teología, la liturgia, la moral y el derecho canónico ofrecen un eficaz antídoto para evitar los errores del pasado. Sin embargo, existe un riesgo real de sabatizar el domingo, aunque esta neosabatización tenga unas características 685 INICIACIÓN A LA LITURGIA DE LA IGLESIA muy distintas a las descritas o, al menos, estas características sean propias del momento en que vivimos. En efecto, los teóricos de la pastoral y los pastores de almas corren el riesgo de insistir unilateralmente en la celebración eucarística, sin conceder excesiva importancia a que sea anticipada de modo habitual e injustificado a la tarde del sábado anterior y celebrada incluso con formularios del matrimonio o de las exequias, y contentándose —y éste es uno de los riesgos más generalizados— con una participación meramente externa. Por otra parte, muchos cristianos consideran que no tiene importancia adelantar habitualmente al sábado la participación en la Eucaristía, con el fin de disponer de toda la jornada dominical para dedicarse, intensa y plenamente, al deporte en cualquiera de sus formas. Otros, especialmente los que se dedican a la enseñanza o tienen una profesión de las comúnmente llamadas liberales, se contentan con añadir a su jornada laboral ordinaria la participación en la misa dominical. Son incontables los cristianos que, en el extremo opuesto, conciben el domingo como el «día semanal de descanso» y el «día semanal para dedicarse a la familia», despreocupándose completamente de la vertiente cultual, incluida la eucarística. Por último, no es pequeño el número de cristianos que, participando habitualmente en la Eucaristía, situando el descanso en su justo lugar y perspectiva y dando más tiempo y dedicación a la familia, aún no han descubierto la vertiente festiva del domingo, entendida en clave cristiana, es decir, como participación interno-externa en la nueva vida del Resucitado, incompatible con el pecado grave, especialmente si es habitual, y con una actitud despreocupada de la caridad y del apostolado. Las voces de muchos Episcopados ya han llamado la atención sobre este riesgo de la pastoral dominical. E) Un problema a resolver: la suplencia de la misa dominical En un orden de realidades objetivas, no hay domingo sin Eucaristía. Por eso, la misa dominical, celebrada y participa- 686 EL DOMINGO da, es un presupuesto ineludible de una correcta acción pastoral del clero y del pueblo fiel. Sin embargo, la escasez del clero y otras circunstancias hacen que cada día resulte más difícil —con alguna frecuencia incluso imposible— celebrar la Eucaristía en todas y cada una de las comunidades cristianas, especialmente en las que están ubicadas en medios rurales. Si esta situación era privativa, hasta hace muy poco, de ciertas naciones, hoy está muy generalizada y parece que no habrá una importante inflexión en las próximas décadas. Eso explica el gran interés que el problema ha suscitado en los Pastores de la Iglesia y en amplios sectores de la teología y de la pastoral litúrgica24. El Sínodo de 1974 trató este problema en el examen de un informe sobre «Celebraciones para asambleas dominicales sin Misa». En 1975 los obispos franceses plantearon a Pablo VI tanto la situación como los remedios que estaban aplicando. El Papa los animó a avanzar con discernimiento. La Comisión Episcopal de Liturgia de España publicó en 1981 un instrumento pastoral titulado Celebraciones dominicales y festivas sin sacerdote25. El nuevo Código de Derecho Canónico también contempla esta nueva realidad y marca algunas orientaciones pastorales (c. 1248, 2). Las soluciones hasta ahora propuestas han consistido en delegar en algunos religiosos, religiosas y fieles la autoridad de convocar al Pueblo de Dios y celebrar una liturgia de la Palabra, que concluye con la comunión sacramental. No es una solución ideal, pues es «sólo un recurso para que los fieles no se vean totalmente privados de escuchar la Palabra de Dios, de orar en común y de unirse al santo sacrificio celebrado en ese lugar o en otro de la zona el mismo día»26. Sin embargo, es un medio que evita la ausencia total de celebración, permite un contacto con la Palabra de Dios y asegura una participación en la comunión eucarística. De hecho, el Código de Derecho Canónico «recomienda vivamente (que los fieles) participen en la liturgia de la Palabra si ésta se celebra en la Iglesia parroquial o en otro lugar sa- 687 INICIACIÓN A LA LITURGIA DE LA IGLESIA grado conforme a lo prescrito por el Obispo diocesano» (c. 1248, 2). Aunque esta liturgia de la Palabra sea el mejor medio hasta ahora descubierto para llenar el vacío de la celebración eucarística, no es el único. El mismo Código recoge experiencias llevadas a cabo en algunos lugares, como hacer oración personal o familiar o por grupos familiares durante un tiempo más o menos prolongado (Ibidem). Desde un punto de vista estrictamente jurídico, no existe obligación de participar en ninguna de las realidades pastorales señaladas; con todo, parece que quien participa en ellas conecta mejor con el espíritu del «día del Señor». En cualquier caso, el problema está planteado y exige una solución lo más acertada posible. Introducción y Capítulo I (Págs 661-688) 1 D. BARSOTTI, Misterio cristiano y año litúrgico, Salamanca 1965; J. BELLAVISTA, El año litúrgico, Estella 1985; O. CASEL, El misterio del culto cristiano, San Sebastián 1953; E. FUCOTEAUX, Espiritualidad del año litúrgico, Salamanca 1966; CL. JEAN-NESMY, Espiritualidad del año litúrgico, Barcelona 1966; J. LÓPEZ, El año litúrgico, Madrid 1984; A.G. MARTIMORT, La Iglesia en oración, Barcelona 1964, 714-834; J. PASCHER, El año litúrgico, Madrid 1965; J. ORDÓNEZ, Teología y espiritualidad del año litúrgico, Madrid 1979; M. Ri- CHETTI, Historia de la liturgia, 1, Madrid 1955, 637-1077. 2 Cfr. bibliografía sobre el año litúrgico, en los apartados correspondientes. AA.VV., Le dimanche, París (Lex orandi 39) 1965; G. BIFFI, La celebración del domingo: problemática y orientaciones, «Phase» 21 (1981) 381-395; J. HILD, Domingo y vida pascual, Salamanca 1966; A.G. MARTIMORT, El domingo, «Phase» 21 (1981) 359-380; CS. MOSNA , Storia della Domenica dalle origine fino al V secuto, Roma 1969; SECRETARIADO NACIONAL DE LITURGIA (de España), El día del Señor. Documentos episcopales sobre el domingo, Madrid 1985. GER 8, 64-70. 3 SAN JUSTINO, 1 ApoL, 67. 4 Stromata, 6, 13, 8. 5 In psalm. 91. 6 Sermo 16 sobre el día del Señor. 960 NOTAS 7 SAN JUSTINO, Diálogo con Trifón, 138, 2. 8 ID, Ibidem, 41, 4 y 24, 1. 9 SAN IGNACIO, Ad Mag., 9,1 -2; PSEUDO BERNABÉ, Epist. 15,9; SAN JUSTINO 1 ApoL, 67. 10 TERTULIANO, De Oratione, 23, 2. 11 TERTULIANO, Apolg., 16, 11; Didascalia, 5, 20, 21. 12 1 Cor. 16,1-3; Act. 20, 7-12; Didaché 14,1; PUNIÓ, Epist lih, Epist. 97 7; SAN JUSTINO, 1 ApoL, 67. " ' 13 SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Ad Ephes., 20, 2. 14 SAN JUSTINO, 1 ApoL, 65; TERTULIANO, De Oratione, 9, 4; SAN C I P R IO Epist. 63, 15-16. 15 SAN JUSTINO, Le. i* Didaché, 14, 1-3. 17 TERTULIANO, De Oratione, 13, 1-3; Ad usorem, 4, 3. 18 1 Cor. 16, 1-3; SAN JUSTINO, 1 ApoL, 67. 19 Código de Justiniano, m, 12, 2. 20 A. GONZÁLEZ, Día del Señor y celebración del misterio eucarístico Vi toria 1974, 346. 21 Sermo 74, 1. 22 T. RUINART, Acta primorum martyrum sincera, París 1689, 414 23 Tratado sobre el Evangelio de san Juan, 19. 24 «Phase» 119 (1980) 393-404. 25 Secretariado Nacional de Liturgia, EDICE, Madrid 1981. 26 Documento del Episcopado Español antes citado, n. 3.

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