EL DOMINGO
Desde los orígenes hasta el siglo IV
El domingo es, desde el punto de vista histórico, la primera fiesta cristiana; más aún, durante bastante tiempo fue la única. Los primeros cristianos comenzaron enseguida a celebrarlo, pues ya hablan del domingo la primera carta a los Corintios (16, 1), el libro de los Hechos (20, 27), la Didaché (14, 1) y el Apocalipsis (1, 10).A) Nomenclatura
Aunque terminó prevaleciendo el término kiriaké entera, dies Domini, día del Señor, durante los primeros tiempos la terminología no fue uniforme. El domingo fue designado como «el día primero de la semana» o «día siguiente al sábado » (1 Cor. 16, 2; Act. 20, 7); «día octavo» (Epist. de Bernabé, 15, 9), «día primero» y «día del sol» (San Justino, I Apol. 67) y «día del Señor» (Apoc. 1, 10; Didaché 14, 1).El día del Señor comporta la idea de que Jesús, por su Resurrección, ha sido constituido Señor, es decir: que desde ese momento está en la gloria, a la derecha de Dios Padre, que es Señor de vivos y muertos, que volverá al final de los tiempos a juzgar y que su reino no tendrá fin. Este es uno de los temas esenciales del kerigma primitivo (Act. 2, 22-25, comparado con salmo 109; 2, 36; Rm. 10, 9; 1 Cor. 12, 3; Fil. 2, 9-11). Día del Señor no se refiere, por tanto, al profético «día venidero, día terrible, día de cólera de Dios, día de la venganza del Señor» (Is. 34, 8; cfr. Ex. 7, 19; Sof. 1, 8; 2, 3); ni siquiera al «día que hace el Señor», día de la victoria de los que han permanecido fieles (Mal. 3, 17; 4, 3), sino al «día que hizo el Señor, día de alegría y gozo», del salmo 117, interpretado en clave profética, es decir, referido a la Resurrección. El día del Señor es, en definitiva, el «día señorial del Señor», según la tautología tan inelegante como expresiva de la Didaché (14, 1).
El domingo como día primero significa el día en que Cristo, por su Resurrección (que aconteció el primer día de la semana), inaugura una nueva creación, superior a la primera. En este mismo sentido lo entenderán algunos escritores eclesiásticos posteriores: Clemente de Alejandría; Eusebio de Cesárea; Pseudo Eusebio de Alejandría. Hay, pues, una aproximación entre la primera creación del Génesis y la nueva creación que ha realizado la Resurrección de Cristo.
Como día octavo, el domingo es el día que recuerda el Bautismo, en cuanto realidad que nos salva y como nueva circuncisión que suplanta a la circuncisión judía, que se celebraba el octavo día, y, sobre todo, el anuncio del día que no tendrá fin (sentido escatológico).
De todos modos, esta variada terminología expresa una realidad fundamental: el domingo es el día que celebra el misterio de la Resurrección del Señor. Las demás significaciones son colaterales.
B) Los orígenes
Es indudable que el significado y el origen del domingo —prescindiendo de algunos detalles menos claros— tienen como trasfondo el conjunto de hechos y tradiciones que forman la Pascua: Resurrección de Cristo victorioso, y apariciones a los suyos.Esa es la causa que explica la conexión que establecen muchos testimonios antiguos entre la celebración dominical cristiana y el gran suceso pascual, el nexo entre la Pascua de Cristo y el domingo cristiano, y el carácter alegre, festivo y esperanzado del primitivo domingo.
La constitución Sacrosanctum Concilium resume muy bien el origen y el significado pascual del domingo: «La Iglesia celebra el misterio pascual en virtud de una tradición apostólica que se remonta al mismo día de la Resurrección de Cristo, cada ocho días. A este día se le llama con razón el día del Señor o domingo» (n. 106). En cuanto a la concretísima cuestión de si el domingo surge del hecho mismo de la Resurrección, como creen la mayoría de los autores, o de las apariciones del Resucitado la tarde de Pascua y ocho días después —como opinan Rordorf y parece que Cullmann—, es innegable que la Iglesia, iluminada por la luz de Pentecostés, «desde entonces, nunca ha dejado de reunirse para celebrar el misterio pascual... celebrando la Eucaristía, en la cual se hacen de nuevo presentes la victoria y el triunfo de su muerte» (SC, 6).
C) Elementos específicos
Respecto a los elementos específicos del domingo cristiano, los documentos no dejan lugar a dudas: la celebración de la Eucaristía es el eje dominical. En ella el Resucitado se hace presente entre sus hermanos en la fe y éstos se encuentran con El a nivel sacramental. De este modo aparece que la Resurrección no sólo ha dado origen y fisonomía al domingo sino que ha estado también, desde el principio, en el corazón de la celebración dominical.Esa presencia del Resucitado, a la vez que alegra a la comunidad reunida en su nombre (la cual, por otro lado, le siente todavía muy cercano), aumenta la esperanza de volver a verlo, originando así una vivísima tensión escatológica, resultante de unir la presencia de Cristo resucitado en la celebración eucarística con su última y definitiva venida, esperada ardientemente, como se desprende del «venga la gracia y pase este mundo» (Didaché, 10, 6). Pero el Resucitado no sólo se hacía presente, sino que se entregaba como «pan de vida» o «antídoto para no morir» (SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Ad Ephes., 20, 2), convirtiéndose así en prenda y anticipo de la resurrección de los cristianos.
Dentro de este marco eucarístico, el domingo incluyó la lectura de la Palabra de Dios. Mientras vivieron los Apóstoles, su voz resonaba en las asambleas eucarísticas, como atestigua el relato de Tróade (Act. 20, 7-12); más tarde, comenzaron a leerse sus escritos y todos los demás del Antiguo y Nuevo Testamento. La Palabra de Dios incluía un comentario actualizado, es decir, la homilía. La liturgia de la Palabra tuvo tanta importancia, que pronto vino a ser inconcebible una celebración dominical en la que no se partiese a la vez el pan de la Palabra y el pan Eucarístico.
La celebración de la Eucaristía trajo consigo la inclusión de un tercer elemento dentro de la primitiva estructura del domingo: el convenire in unum. En torno a la Eucaristía, los cristianos se expresaban mutuamente los vínculos de fraternidad, surgidos del Bautismo, por el perdón de las ofensas, el ósculo de la paz y la limosna. Ese «reunirse en común para participar en la Eucaristía» era tan importante, que la ausencia de un cristiano de la sinaxis eucarística se consideraba como signo de la quiebra inicial o definitiva de la nueva vida que en él había inaugurado el Bautismo.
D) El trabajo
En cambio, la celebración primitiva del domingo no exigió ni incluyó el descanso laboral —como ocurría con el sábado judío—, ni siquiera en el ambiente jerosolimitano, donde parece que coexistieron durante algún tiempo la celebración sabática y la dominical.La explicación de esta realidad, al menos por lo que respecta a las comunidades cristianas procedentes de la gentilidad, se encuentra en el hecho de que la minoría cristiana tuvo que aceptar y compartir unas estructuras sociales y civiles en las cuales el domingo era un día laboral. Incluso ese contexto podría explicar que las reuniones para celebrar la Eucaristía tuvieran lugar al atardecer del sábado o el domingo por la noche o el domingo muy de mañana. El descanso dominical no entró en la praxis cristiana hasta que Constantino lo impuso como obligatorio dentro del Imperio.
En resumen: durante los primeros siglos el eje del domingo fue la celebración de la Sagrada Eucaristía. En ella se conmemoraba y actualizaba la Resurrección de Jesucristo y los fieles se reunían para participar del pan de la Palabra y del pan sacramental, a la vez que fomentaban y expresaban la fraternidad. Aunque no era una obligación moral tomar parte en la Eucaristía, la comunidad cristiana se sentía urgida a hacerlo y los fieles superaban con su fervor las dificultades que surgían del carácter laboral del domingo y de otras circunstancias, a veces no sólo adversas sino hostiles. Gracias a esa participación, verdaderamente piadosa y consciente, su vida se convertía en un claro y atrayente testimonio cristiano.
2. Evolución posterior
A partir del siglo IV, el domingo experimenta una importante evolución, gracias a estos cuatro factores: la ley del descanso, el desarrollo del año litúrgico, el entibiamiento del fervor primitivo y la sobrevaloración de las fiestas de los santos.A) El descanso dominical
Aunque permanecen oscuras las causas y motivaciones, el tres de marzo del 321 el emperador Constantino impuso a todas las profesiones y categorías de trabajo, la obligación de descansar el domingo (Código de Justiniano, III, 12, 2). En una constitución un poco posterior (3 de julio del mismo año), prohibió también los procesos judiciales, pretendiendo favorecer así el culto dominical.Otros emperadores dieron nuevas disposiciones con idéntica intención (Valentiniano: 21 de abril del 368-373?; Graciano, Valentiniano y Teodosio: 3 de noviembre del 386; Valentiniano, Teodosio y Arcadio: a. 389; Honorio y Teodosio: a. 409), como la que prohibía los juegos y espectáculos por respeto al culto divino (a. 392-395?, repetida el a. 425).
Esta legislación encontró una predisposición favorable en los cristianos, motivada por las necesidades cultuales que trajeron consigo las numerosas conversiones y el carácter gozoso del domingo; el cual, aunque se fundamenta en la Pascua de la liturgia dominical, tiende a prescindir de lo que es duro y odioso en este día (como los procesos) o pueda coartarlo (vg. el trabajo); y procura favorecer, en cambio, las medidas sociales y caritativas que facilitan comunicarlo a los demás.
También fue acogido favorablemente por la Iglesia oficial, según se desprende de un canon del Concilio de Laodicea (c. 29), que invita a los fieles a honrar el domingo absteniéndose del trabajo, en cuanto sea posible.
Los Padres de este momento trataron de justificar teológicamente el descanso dominical, viendo en él un elemento necesario para mantener el debido equilibrio entre las actividades del cuerpo y del espíritu; y un medio muy eficaz para fomentar las relaciones personales y sociales entre los hombres y favorecer la participación en el culto. Sin embargo, se vieron obligados a luchar contra un doble hecho: el sabatismo de quienes querían suplantar el domingo por el sábado y la sabatización del domingo, que reducía el día del Señor a un mero descanso, dando lugar a que los fieles se entregaran a los juegos y esparcimientos, olvidando sus deberes religiosos. Durante el siglo IV los Padres se lamentan frecuentemente de la indolencia de muchos cristianos, que no acuden a la celebración dominical eucarística por dedicarse a sus negocios, al circo o al teatro.
B) Desarrollo del año litúrgico
En los siglos V-VI el año litúrgico sufrió un fuerte desarrollo: se organizaron la Cuaresma, el Tiempo Pascual, Navidad-Epifanía, Adviento; aumentó el número de los santos en el calendario y se introdujeron en el mismo las primeras fiestas marianas. Todo esto trajo consigo un cambio profundo respecto al domingo; de tal modo que no tardó en oscurecerse su carácter de día de la Resurrección, siendo necesario muy pronto un esfuerzo de reflexión para redescubrirlo.De otro lado, el lugar que pasaron a ocupar muchos domingos dentro de los respectivos ciclos motivó que adquiriesen un cierto individualismo y una fisonomía particular, viéndose menos en cada uno la Pascua hebdomadaria. Únicamente los domingos ordinarios o cotidianos, que más tarde se llamarían «después de Epifanía» y «después de Pentecostés », mantuvieron en primer plano el primitivo carácter del domingo como celebración semanal de la Pascua del Señor.
C) Decaimiento del fervor y obligatoriedad de la misa dominical
Como atestigua San Ignacio de Antioquía, nunca faltó un cierto número de cristianos tibios o indolentes, que celebraban sin fervor el domingo y no participaban en la Santa Misa. Este grupo aumentó mucho cuando masas enteras se convirtieron al cristianismo después de la paz constantiniana sin la preparación evangelizadora deseable.Los Padres reaccionaron vivamente contra esta situación, insistiendo en sus predicaciones en el peligro de condenación a que se exponían quienes faltaban frecuentemente a la Eucaristía dominical. Ya antes decía la Didascalia (2, 59, 3); «¿qué excusa presentará a Dios quien, anteponiendo sus intereses particulares, no acude el domingo a nutrirse con la Palabra que salva y el alimento divino que permanece eterno?». Sin embargo, en este momento ninguno de los Padres orientales usa la expresión pecado grave, ni menciona la obligación grave de cada uno de los cristianos para asistir cada domingo a la celebración eucarística. En Occidente, Máximo de Turín (a. 408-423) es el primero en considerar la ausencia a la Eucaristía dominical como una ofensa a Dios, pues supone un desprecio a la invitación de Cristo.
San Cesáreo de Arlés (†542) es el primer testimonio que dice expresamente que es «pecado grave contra Dios» faltar a la misa dominical. Poco después, en el concilio de Agda (a. 506), aparecerá la primera ley eclesiástica que sancione explícitamente la obligación grave de participar en la misa del domingo (c. 47).
Este Concilio, junto con los de Orleans (a. 511, en. 26; a. 538, en. 32) y los Statuta Ecclesiae Antiqua —documento de la Galia meridional de mitad del siglo V—, gracias a su inserción en las colecciones canónicas y en el Decreto de Graciano, forman la base jurídica de la disciplina dominical posterior, incluida la del Código de Derecho Canónico de 1917 (cánones 1248 y 1249).
Hacia el siglo IX se añadió una nueva precisión al precepto de participar en la Eucaristía dominical, pues ya no bastaba con hacerlo en cualquier lugar sino en la propia parroquia. Con la llegada de las Ordenes Mendicantes se inició la desaparición de esta peculiaridad, siendo definitivamente abrogada en 1592 por el Papa Clemente VIII. En cambio, siguió insistiéndose cada vez más en la obligación grave de oír misa entera todos y cada uno de los domingos. Los argumentos esgrimidos para justificar esta legislación fueron las disposiciones jurídicas del concilio de Agda y, sobre todo, la praxis de la Iglesia.
D) Celebración de los santos en domingo
La dinámica interna de la Iglesia y del mismo año litúrgico provocaron el crecimiento del santoral. Pero al no valorarse bien durante la Edad Media la primacía del misterio de Cristo, el domingo fue desplazado con frecuencia por la celebración de un santo o por otra celebración votiva.Durante ese mismo período se consolida la costumbre de completar la celebración de la Resurrección de Cristo —elemento tradicional del domingo— con un homenaje especial a Dios Trino; lo que trajo consigo la suplantación de la misa dominical por la de la Santísima Trinidad.
San Pío V intentó restablecer la prevalencia del domingo, mandando que no cediese, salvo en determinadas ocasiones, a las fiestas de santos con carácter de dobles menores. No obstante, a partir del siglo XVII se inicia una situación tan grave, que el oficio dominical estaba casi abolido en tiempos de san Pío X. Este santo Pontífice dio medidas muy restrictivas sobre la celebración de fiestas en domingo. Tenían carácter provisional, pues pretendía realizar una reforma más amplia; reforma que no pudo ultimar por falta de tiempo.
3. El domingo en el momento actual
A) Orientación doctrinal del Vaticano II
La Constitución sobre la Liturgia del Concilio Vaticano II se ocupa frecuentemente del domingo. Por ejemplo, al tratar de las celebraciones de la Palabra (n. 35-4), de la participación en la Misa (n. 48), de la homilía (n. 52) y del rezo comunitario de las Vísperas (n. 100).Sin embargo, donde encara la cuestión con mayor amplitud y con gran hondura teológico-pastoral es en el capítulo referente al año litúrgico. En él, después de afirmar que «la Santa Madre Iglesia (...) cada semana, en el día que llamó del Señor, conmemora su resurrección» (SC, n. 102), dedica un denso y extenso número a tratar del origen, naturaleza y características del domingo. He aquí el texto:
«La Iglesia, por una tradición apostólica, que trae su origen del mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día en que es llamado con razón "día del Señor" o domingo. En este día, los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la Palabra de Dios y participando en la Eucaristía, recuerden la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios que los hizo renacer a la viva esperanza por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos (1 Pd. 1, 3). Por esto, el domingo es la fiesta primordial, que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles de modo que sea también día de alegría y de liberación del trabajo. No se le antepongan otras solemnidades, a no ser que sean de verdad de suma importancia, puesto que el domingo es el fundamento y el núcleo de todo el año litúrgico» (SC, n. 106).
Esta doctrina ha sido confirmada y normatizada en varios documentos litúrgicos posteriores, sobre todo en la Instrucción Eucharisticum Mysterium (25-V-1967), en el Calendarium Romanum (1969) y en OGMR-Ordo Missae (3.IV.69 y 6.IV.69, respectivamente).
B) El nuevo Código de Derecho Canónico
El nuevo Código de Derecho Canónico recoge sustancialmente esta doctrina en los tres cánones que dedica al domingo (ce. 1246, 1247, 1248). «El domingo —comienza afirmando—, en el que se celebra el misterio pascual, por tradición apostólica, ha de observarse en toda la Iglesia como fiesta principal de precepto» (c. 1246). Un poco más adelante añade: «El domingo (...) los fieles tienen obligación de participar en la Misa; y se abstendrán además de aquellos trabajos y actividades que impidan dar culto a Dios, gozar de la alegría propia del día del Señor y disfrutar del debido descanso de la mente y del cuerpo».Comparando estos cánones con los del Código anterior, se advierte un fuerte contraste. En efecto, en el Código de 1917 el domingo aparecía como un día «festivo» y «de precepto» (c. 1247) en el cual «se debe oír Misa (...) y abstenerse de trabajos serviles y de actos forenses, e igualmente, si no lo autorizan costumbres legítimas o indultos peculiares, (...) del mercado público, de las ferias y de otras compras y ventas públicas» (c. 1248).
Las mayores novedades del nuevo Código son éstas: la afirmación explícita de que el domingo: a) celebra el misterio pascual, b) es de origen apostólico, c) es la fiesta principal de la Iglesia, d) es el día de la alegría cristiana y e) el día en que la comunidad cristiana participa en la celebración eucarística. Así mismo, la supresión de la división clásica del Código anterior de trabajos serviles y liberales, y la consiguiente prohibición o permisión; tanto el trabajo como el descanso reciben una nueva impostación. Se prohíben, en efecto, los trabajos y actividades que impiden cualquiera de estos tres aspectos: dar culto a Dios, gozar de la alegría propia del día del Señor y disfrutar del debido descanso de la mente y del cuerpo.
Teniendo en cuenta la doctrina conciliar sobre la participación litúrgica en general y la participación eucarística en particular, no es difícil advertir la diferencia que existe entre la formulación «se debe oz'rmisa» (c. 1248 del Código anterior) y «los fieles tienen obligación de participaren la Misa» (c. 1247 del Código vigente).
Una tercera novedad importante está contenida en el canon 1248, donde se recoge y normatiza la nueva situación pastoral surgida en bastantes lugares por la escasez de clero: «Cuando falta el ministro sagrado u otra causa grave hace imposible la participación en la celebración eucarística, se recomienda vivamente que los fieles participen en la liturgia de la Palabra, si ésta se celebra en la iglesia parroquial o en otro lugar sagrado conforme a lo prescrito por el obispo diocesano, o permanezcan en oración durante el tiempo debido personalmente, en familia, o, si es oportuno, en grupos familiares».
Cuando se realicen los oportunos estudios interdisciplinares, podrá advertirse mejor toda la riqueza teológica, litúrgica, moral y jurídica que contiene el nuevo Código y las perspectivas pastorales que abre hacia una auténtica renovación de esta secular institución eclesial.
C) Naturaleza y sentido del domingo
Según la doctrina expuesta, el domingo es la fiesta primordial cristiana; tiene como eje central la celebración eucarística; está marcado por la liberación del trabajo, la alegría, una oración más intensa y una mayor vivencia de la caridad y del apostolado; y, finalmente, es el fundamento y el núcleo del año litúrgico.a) El domingo, fiesta primordial cristiana
La liberación del pueblo hebreo, mediante una especial intervención divina, constituyó la razón histórica del pueblo judío y el fundamento de la alianza mosaica. La celebración de ese magno acontecimiento a través de los siglos, hacía que cada generación se insertase en su corriente liberadora e hiciese propia la intervención salvífica obrada por Dios en el pasado. Por este motivo, la Pascua era la fiesta de las fiestas judías.Con el supremo acontecimiento de la Muerte y Resurrección de Cristo, las intervenciones salvíficas de Dios alcanzan su punto culminante; ya que de él nacen un nuevo pueblo y una nueva y definitiva alianza. Cuando los cristianos celebran ese acontecimiento —su Pascua—, celebran lo que es su fiesta primordial; más aún, su única fiesta.
Esta celebración tiene lugar siempre que se actualiza la muerte y resurrección de Cristo, es decir, siempre que se celebra la Eucaristía. Cuando esto ocurre, sea a ritmo diario, semanal o anual, el pueblo cristiano celebra su fiesta. En estricto rigor, se puede decir, por tanto, que donde hay Eucaristía hay fiesta cristiana y que todos los días son fiesta, porque en todos ellos se actualiza la Eucaristía. Ahora bien, desde sus mismos orígenes la Iglesia ha celebrado con especial solemnidad la pascua hebdomadaria, es decir, el domingo; cabe afirmar, por tanto, que el domingo es la fiesta por antonomasia de las fiestas cristianas. Con razón afirma la Constitución de Liturgia, y repiten otros documentos posteriores (CR, 44 y EM, 25), que «el domingo debe ser tenido como la fiesta principal» (SC, 106).
De estos principios ha deducido el Calendario Romano esta gran consecuencia: «el domingo tan sólo cede en su celebración a las solemnidades, y a las fiestas del Señor, si bien los domingos de adviento, cuaresma y pascua tienen precedencia sobre todas las fiestas del Señor y sobre todas las solemnidades» (CR, n. 5). Por el mismo motivo, «el domingo excluye la asignación perpetua de otra celebración» (CR, n. 6), aunque en los domingos dentro de la octava de navidad, después del seis de enero, el siguiente a Pentecostés y el último del año se celebran las fiestas de la Sagrada Familia, el Bautismo del Señor, la solemnidad de la Santísima Trinidad y la de Cristo Rey, respectivamente (Ibidem). Por motivos especiales, a saber, si no son de precepto en aquella nación, las solemnidades de la Epifanía, Ascensión y Corpus Christi quedan asignadas de este modo: la Epifanía, al domingo que cae entre el 2 y el 8 de enero; la Ascensión, al domingo VII de Pascua y el Corpus Christi, al domingo siguiente a la Santísima Trinidad (CR, n. 7).
b) El domingo, día de la Eucaristía
Desde los tiempos apostólicos el corazón del domingo ha sido la Eucaristía. Cuando todavía era día laborable, no se concebía el domingo sin celebración eucarística. En el momento en que se convirtió en día oficial de descanso, la Eucaristía siguió ocupando el centro de la celebración dominical.Teológicamente no podía ser de otro modo, pues el domingo tiene como razón de ser la celebración semanal (SC, 106) del misterio pascual de la Muerte y Resurrección de Jesucristo, mientras llega el día del retorno definitivo del Señor. Como decíamos antes, la Pascua de la nueva alianza es el centro de la nueva economía, como la judía lo era de la economía antigua. Ahora bien, la fiesta pascual cristiana no sólo tiene carácter anual, como la judía, sino permanente y universal, en cuanto que se celebra en cualquier tiempo y lugar. Sin embargo, el domingo fue instituido para vivir más intensamente la Pascua de Cristo; por lo cual, entre «día del Señor» y «misterio eucarístico», en cuanto actualización de la Pascua de Cristo, existe identidad teológica; celebración eucarística y domingo son realidades inseparables.
Para un cristiano debe ser un axioma la respuesta de los mártires de Abitinia al procónsul: «Hemos hecho muy conscientemente esto de celebrar la comida del Señor (la Eucaristía), porque no podemos existir sin ella».
Desde esa perspectiva será capaz de superar la tentación de desplazar habitualmente al sábado la misa dominical y reorientar la concepción de los «fines de semana».
Desde el punto de vista pastoral, la eucaristía dominical ha servido y debe servir para mantener viva la conciencia de la realidad más importante del cristianismo: que somos «la nueva creación» instaurada por el Kirios; que estamos llamados a participar de su glorificación.
El sentido teológico y pastoral de la celebración eucarística dominical no está en conflicto con la obligación «sub gravi» aún vigente por la Iglesia; al contrario, esta obligación es un medio eficaz para salvaguardar el verdadero carácter del domingo respecto a los cristianos no muy fervorosos.
Sin embargo, la Iglesia desea que los fieles no se limiten a cumplir lo que el precepto exige como grave, sino que «participen consciente, activa y fructuosamente» (SC, 48), tanto en la liturgia de la Palabra como en la liturgia más propiamente eucarística. Ambas, en efecto, «están tan unidas, que forman un sólo acto de culto» (SC, 56). Además, la síntesis histórica-salvífica contenida en las abundantes y bien escogidas lecturas dominicales y actualizada en la homilía —que nunca debe omitirse sin causa grave en las misas a las que asiste el pueblo (SC, 52)—. A la vez que alimenta la formación cristiana y remedia la ignorancia religiosa de muchos fieles, prepara eficazmente la participación fructuosa en la liturgia eucarística.
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