EL AÑO LITÚRGICO

Los tiempos litúrgicos

EL AÑO LITÚRGICO

El año litúrgico es el tiempo que media entre las primeras vísperas de Adviento y la hora nona de la última semana del Tiempo ordinario, durante el cual la Iglesia celebra —por medio de la Eucaristía diaria y hebdomadaria, los demás sacramentos, el Oficio divino y otras acciones sagradas— el entero misterio de Cristo, desde su nacimiento hasta su última y definitiva venida; venera con amor especial a la Santísima Virgen María, «unida con vínculo indisoluble a la obra salvífica de su Hijo» (SC, 103); y recuerda a los mártires y demás santos, exponentes cualificados de la fuerza salvadora del Misterio Pascual (cfr. SC, 102-104).

El año litúrgico es, pues, una realidad salvífica, aunque esté dividido en unidades cronológicas, el día, la semana y el año.

La Iglesia celebra el misterio de Cristo sobre todo en el temporal, y el misterio de María y el de los santos en el santoral.

El temporal comprende el Adviento, Navidad-Epifanía, la Cuaresma, el Triduo Sacro, la Cincuentena Pascual y el Tiempo ordinario. Todos ellos, a excepción del Triduo Sacro, giran en torno a las ferias, los domingos y las solemnidades y fiestas del Señor. El santoral comprende las solemnidades, fiestas y memorias de María y de los santos.

Dentro del temporal, el domingo o celebración semanal de la Pascua del Señor —que es histórica y teológicamente el núcleo de todo el año litúrgico— y el Triduo Sacro descuellan sobre todo lo demás; pues el domingo es la cumbre de la semana y el Triduo Sacro la cumbre del año litúrgico. Tienen también importancia especial los tiempos de Adviento, Cuaresma y Pascua, que son considerados como tiempos fuertes.

Según esto, puede afirmarse que el Misterio Pascual de Cristo, realizado en la plenitud de los tiempos y prefigurado a lo largo de la historia de Israel, es el eje de la historia de la salvación y el punto al que siempre remite cualquier acción cultual. Su reactualización por medio de los sacramentos, especialmente el de la Eucaristía, da cauce a la intervención permanente de Dios en la historia salvífica. Las acciones sacramentales, celebradas a lo largo del año litúrgico, articuladas en un conjunto de fiestas y ciclos, constituyen un auténtico tiempo de salvación. Por ello, el año litúrgico es, como antes hemos dicho, no una unidad temporal sino salvífica.

Ritmo diario, semanal y anual

La Iglesia ha introducido en la liturgia la división natural del tiempo. Eso explica que la liturgia se mueva en torno al día, la semana y el año.

Sin embargo, la Iglesia ha dado un valor relativo a las distintas divisiones del tiempo, pues el elemento fundante del día, de la semana y del año no es el movimiento de la tierra alrededor del Sol o sobre sí misma, sino el misterio que en ellos se celebra y conmemora.

En esta perspectiva se comprende que exista una relación entre esas fracciones y el misterio de Cristo, de la cual surgen los ritmos celebrativos que, lógicamente, han de ser tres: diario, semanal y anual.

A) Ritmo diario

Según las Normas Generales sobre el Año Litúrgico, «cada uno de los días se santifica con las celebraciones litúrgicas del Pueblo de Dios, principalmente por medio del Sacrificio Eucarístico y el Oficio divino» (n. 3).

El día litúrgico no coincide exactamente con el día solar, puesto que aunque suele durar 24 horas, contables «de media noche a media noche», «la celebración del domingo y de las solemnidades comienza ya desde la víspera del día precedente» (Ibidem). Ello se debe a que la Iglesia ha incorporado simultáneamente el cómputo romano —que contaba como nosotros: de media noche a media noche— y el judío, que contaba de tarde a tarde. Sin embargo, ha prevalecido el cómputo romano, puesto que no solamente es la norma general para medir el día, sino también el baremo para la división del día en horas (prima, tercia, sexta y nona), equivalentes a tres horas de nuestro reloj, y en vigilias (cuatro también). Estas horas y vigilias dieron origen a la organización horaria del Oficio divino, que ha estado vigente hasta fecha muy reciente. Hoy sólo se conserva parcialmente, puesto que en la Liturgia de las Horas actual el día se santifica por dos grandes realidades: la celebración de los Laudes matutinos —que recuerdan la resurrección— y las Vísperas u oración vespertina, que invita a dar gracias a Dios por todos los beneficios concedidos y a mirar a Cristo como luz que no tiene ocaso. De tal modo que, la nomenclatura y división horaria precedentes han quedado reducidas a la hora intermedia, que sigue llamándose tercia, sexta y nona y tiene, de hecho, un formulario adecuado a cada una de ellas.

B) Ritmo semanal

La semana es un período de tiempo de siete días, que equivale a una de las cuatro partes del ciclo lunar completo. El cristianismo no inventó esta unidad, sino que la asumió del judaísmo, aunque pudo haberla tomado del mundo grecorromano, donde también era conocida.

La prehistoria judía de la semana cristiana explica la nomenclatura de los días y su sentido religioso. En efecto, mientras los romanos designaban los días según el nombre de alguno de los planetas entonces conocidos (el Sol, la Luna, Saturno, etc.) y se les ponía bajo su patrocinio, los judíos tomaban como referencia el sábado, que era el día séptimo, día en el cual Dios remató la obra de la creación (cfr. Gn. 2). Así, lo que hoy llamamos domingo era el día primero, el lunes el día segundo, etc. Sólo había una excepción: la Parasceve —nuestro viernes—, que significaba «el día anterior».

Originariamente los cristianos celebraron el sábado y el domingo. El sábado, porque la mayor parte de ellos procedía del judaismo y habían sido educados en la Ley Mosaica, donde tanta importancia tenía el sábado. Además, habían visto que el Maestro guardaba también el sábado, aunque se mostrase como «señor» del mismo y, por tanto, superior a él. El domingo, porque los hechos pascuales: la resurrección y las apariciones del Resucitado comportaban la celebración especial del día en que ocurrieron tales eventos.

Poco a poco el domingo fue afianzándose como el día cultual de los cristianos, terminando no sólo por arrebatar al sábado la primacía, sino desplazándolo completamente. Eso explica que, desde la misma época apostólica, la Iglesia haya celebrado el domingo como día pascual, mediante la celebración de la Eucaristía, «en la cual se hacen de nuevo presentes la victoria y el triunfo de su muerte» (cfr. SC, 6).

La semana cristiana siempre se moverá en torno al domingo y la Iglesia nunca permitirá que se rompa esa unidad de siete días en torno al día del Señor o al día señorial del Señor, como dice tautológicamente la Didaché.

Dentro de la semana cristiana destacan también el viernes y el miércoles, que han sido días tradicionales de ayuno y oración. Ellos fueron, también, los primeros días de la semana que, junto con el domingo, contaron con la celebración de la Eucaristía.

Aunque las semanas del año litúrgico son idénticas en número a las del año civil (cincuenta y dos), tienen un cómputo distinto; pues en la liturgia se sigue el orden de los domingos y de los tiempos, con lo cual no podemos hablar de una unidad lineal sino concéntrica. Además, el Oficio divino divide el Salterio en cuatro semanas, comenzando la primera siempre que se inicia un nuevo tiempo litúrgico.

C) Ritmo anual

El año es, junto con el día, el período con mayor entidad propia, ya que la semana y el mes tienen como base el día en relación con el año.

El año puede ser solar o lunar, según se fije su duración a partir de la proximidad de la tierra al Sol o computando los ciclos de la Luna —doce fases completas—, respectivamente.

El año lunar es más antiguo, pero el solar es más perfecto. Este último tiene 365 días, 5 horas, 48 minutos y 48 segundos; mientras que el lunar tiene 354 días, 8 horas y 45 segundos; de ahí la dificultad que existió siempre para combinar ambos años. Para resolver estas dificultades y poder medir el año con mayor precisión, se inventaron muchos sistemas, de los cuales los más importantes han sido el juliano —que toma su nombre de Julio César, que lo puso en vigor el año 45 antes de Jesucristo—, el cual divide el año en 12 meses de 30 y 31 días alternativamente, excepto febrero, que consta de 28 días, a los que se añade 1 cada cuatro años; y el gregoriano que entró en vigor en 1582, fecha en que Gregorio XIII introdujo un cómputo más preciso.

En efecto, en tiempos de este Papa el cómputo juliano había producido ya un desajuste de 10 días entre el calendario y el tiempo real. Para solucionarlo, Gregorio XIII mandó eliminar esos días y pasar del 4 al 15 de octubre de 1582 y determinó que los años del comienzo de siglo no fuesen bisiestos, a no ser que fuesen múltiplo de cuatro. El sistema gregoriano no fue admitido por los ortodoxos —que siguieron con el juliano— pero sí por los protestantes.

El año litúrgico coindice con el civil en cuanto a su duración, pero tiene una estructura propia —en parte heredada del judaímo— consistente en la articulación de dos ciclos de fiestas: unas fijas y otras movibles, según tengan asignado un día fijo o su celebración se determine a partir de la fecha de la Pascua.

La Pascua cristiana está ligada al plenilunio de primavera, según dispuso el concilio de Nicea (a. 325). Cada año se celebra en un día distinto, pero siempre ha de ser el domingo siguiente al citado plenilunio, es decir: entre el 22 de marzo y el 25 de abril.

Por otra parte, mientras el año civil comienza el 1 de enero, el litúrgico lo hace el primer domingo de Adviento, aunque ninguno de los dos tiene una gran tradición; de hecho, los pueblos antiguos iniciaban siempre el año nuevo en primavera; los romanos, por su parte, tenían como primer mes el de marzo. Según se desprende de los sermones de los Santos Padres y de las primeras colecciones de textos litúrgicos, en su tiempo estaba vigente la praxis romana, pues ambos testimonios hablan de los meses séptimo, noveno y décimo (que son los que han dado origen a nuestros meses de septiembre, noviembre y diciembre, respectivamente).

Todavía puede añadirse una última observación. Mientras existió una cultura agraria, la Iglesia celebró anualmente tres témporas, correspondientes a las estaciones de otoño, invierno y verano, a las que pronto añadió la de primavera.

Las témporas eran días en los que se ayunaba y se celebraba la Sagrada Eucaristía en los miércoles y viernes de la semana correspondiente; concluía con una vigilia el sábado, al final de la cual tenía lugar la celebración eucarística. Eran, pues, días de acción de gracias y petición de ayuda.

Los ciclos del año litúrgico

Podemos distinguir dos grandes ciclos en el año litúrgico:

• El Ciclo de Navidad, que comienza con el tiempo de Adviento y culmina con la Epifanía.

• El Ciclo Pascual, que se inicia con el miércoles de Ceniza y culmina con el Domingo de Pentecostés.

Ciclo de Navidad

El ciclo de Navidad comprende: el Adviento y la Navidad.

1. Adviento.

El año litúrgico comienza con la espera de la venida del Salvador. Durante cuatro semanas preparamos nuestro corazón esperando la venida de Jesús. Este período se llama ADVIENTO.

“Adviento” significa: “venida, llegada”. Quiere celebrar la triple venida de Jesús. Nuestra fe afirma que Jesús es el que vino (nacido de la Virgen María), el que viene (Hoy, en los signos de los tiempos), el que vendrá (con gloria, al final de la historia). Es Jesús ayer, hoy y siempre.

El Adviento consta de cuatro domingos antes del 25 de diciembre y de dos períodos:

• desde el primer domingo hasta el 16 de diciembre;

• desde el 17 hasta el 24 de diciembre (tiempo de la novena al Niño Dios o Posadas).

El adviento es un tiempo de alegre espera; la espera de la llegada del Señor. Por eso escucharemos en los textos y cantos las palabras: “Ven, Señor; ven pronto, no tardes”; “El Señor ya viene, está cerca”, etc.

Las grandes figuras que la liturgia nos presenta es este período son:

• el profeta Isaías,

• Juan Bautista,

• la Virgen María que espera, prepara y realiza el adviento del Señor.

Sincroniza bien este mes con la espera navideña: el obrero espera el aguinaldo, el estudiante espera los buenos resultados de su año escolar, la familia espera las vacaciones, el comerciante espera el balance, esperamos todos el año nuevo y el mundo espera paz.

En adviento se usa el color morado. El tercer domingo de adviento, llamado “Gaudete” = Gozo, se utiliza el color fuccia o rosa, indicando una alegría pasajera, pues la Navidad se acerca.

Además, durante este tiempo no se dice ni se canta el Gloria, pero se sigue cantando el Aleluya antes del Evangelio.

2. Navidad

La fiesta de la NAVIDAD es el final y la coronación de este tiempo de espera. El tiempo de Navidad empieza en las vísperas del 25 de diciembre y dura hasta el Bautismo del Señor, inclusive. Durante este tiempo la Iglesia celebra también la fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José (último domingo del año), que es un ejemplo para todas nuestras familias.

El día de los Reyes Magos es la fiesta de la EPIFANÍA. Es la fiesta de la manifestación y revelación de Dios: Cristo es la luz de todos los pueblos.

El tiempo de Navidad termina con la celebración del Bautismo de Jesús por Juan Bautista. El Bautismo del Señor se celebra el domingo después de la Epifanía. Dios nos envía a su Hijo Unigénito, encarnado.

Al finalizar el Tiempo de Navidad (que se inició el 25 de diciembre), finaliza también el Ciclo de Navidad (que comienza el primer domingo de Adviento).

Tiempo Ordinario

A los domingos que caen fuera de los tiempos litúrgicos especiales o “fuertes” -es decir Adviento-Navidad y Cuaresma-Pascua-, se los llama “los domingos durante el año”. Son 33 o 34 según el año. Este tiempo es llamado también: “el Tiempo Ordinario” (o también tiempo de la Iglesia).

Así es: fuera de estos períodos privilegiados o “fuertes”, los demás domingos se llaman “ordinarios”. Pero es sólo un nombre porque sabemos que, en realidad, ningún domingo es “ordinario” o “corriente”: Cada Domingo nos recuerda el primer día de la semana cuando María Magdalena encontró la tumba vacía. Cada uno de estos domingos “durante el año” nos ayuda, a través de las lecturas, a comprender mejor a Jesús y su mensaje de amor. El “tiempo de la Iglesia” es, pues, el tiempo que transcurre entre Pentecostés y Adviento y entre Epifanía y Cuaresma.

Desde el tercer domingo durante el año se sigue el Evangelio según uno de los evangelistas: Mateo es el guía para el ciclo A, Marcos para el ciclo B, y Lucas para el ciclo C. San Juan es el evangelista para la parte capital del año litúrgico, a saber: la cuaresma y los domingos de Pascua.

Ciclo de Pascua

El ciclo de Pascua comprende: la Cuaresma y el Tiempo Pascual

1. La Cuaresma

Cuarenta días antes de la Pascua de Resurrección empieza la CUARESMA. Es el tiempo de preparación a la Pascua de Resurrección, desde el Miércoles de Cenizas hasta la tarde de Jueves Santo. El miércoles de cenizas recuerda a cada cristiano su situación de pecado y la necesidad de convertirse. Estamos invitados a hacer justicia con nuestras limosnas, la oración y el ayuno.

El tiempo de la cuaresma es desde luego un tiempo de conversión. Nos recuerda los cuarenta días que Jesús vivió en el desierto y su lucha contra las tentaciones. La cuaresma abarca cinco domingos más el domingo de Ramos.

La Cuaresma es un período de liturgia sobria. Se utiliza el color morado, no se dice ni canta el Gloria y tampoco el Aleluya; ni se ponen flores en el altar.

2. La Semana Santa

La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén se recuerda el DOMINGO DE RAMOS, primer día de la SEMANA SANTA y de su Pasión.

El corazón del ciclo de PASCUA es el triduo pascual: los tres días desde la noche del Jueves Santo hasta la noche del Domingo de Resurrección.

La Última Cena que Jesús celebró con sus discípulos en JUEVES SANTO es la fiesta de la Eucaristía, el primer sacrificio eucarístico en que recordamos su institución.

En la mañana del Jueves Santo se celebra la Misa Crismal. Es la Eucaristía en que el Obispo consagra el óleo de los enfermos y el santo crisma. Con el fin de dar la oportunidad a los fieles de participar en la celebración, se traslada a veces la Misa Crismal al día anterior. La Misa vespertina del Jueves Santo es una Eucaristía festiva. Es también la fiesta del sacerdocio, de todos los sacerdotes. Después de la Comunión, la Sagrada Reserva es llevada en procesión solemne hacia un lugar donde se hace oración durante la noche. Luego se desnuda el altar, mientras se escucha el relato de cuando Jesús ora en el huerto de los Olivos.

En VIERNES SANTO recordamos la muerte de Jesús en la cruz para salvarnos. La liturgia de este día es de una sobriedad muy elocuente. Es el día de la Pasión del Señor y no se celebra la Eucaristía. Puntos culminantes de la liturgia del Viernes Santo son el relato de la Pasión según san Juan, la Oración Universal y la Adoración de la cruz. El rito de la Comunión empieza con el Padrenuestro. En este día comienza propiamente la celebración de la Pascua, el “paso” de Jesús a través de la muerte a la resurrección.

Viernes Santo es el primer acto de este “paso”. La cruz es la victoria del amor sobre la muerte y el pecado.

Este es un día de ayuno y de abstinencia, es decir: disminuimos la cantidad de alimento y nos abstenemos de comer carne. Es también un día de silencio y de recogimiento interior.

El SÁBADO SANTO es un día de silencio, sin música ni adornos. En este día se suelen organizar en algunas parroquias retiros para profundizar el misterio pascual.

La VIGILIA PASCUAL (del sábado al domingo) es la celebración de la muerte y resurrección de Cristo. Ésta es la noche santa, la noche que recuerda la victoria de Cristo sobre la muerte, la noche en que la Iglesia desde su comienzo espera la segunda venida del Señor. Esta vigilia significa bastante trabajo para los diferentes ministros. Ellos tendrán que estar presentes en las reuniones preparatorias del grupo litúrgico.

Primero, los fieles reunidos escuchan las lecturas de la Palabra de Dios que les recuerdan la historia de la salvación desde la creación hasta la resurrección de Jesús.

Se enciende el cirio pascual, imagen de Cristo, quien ilumina el mundo. La noche culmina en la celebración de los sacramentos de la Pascua: el Bautismo, por el cual el hombre muere con Cristo para luego resucitar con Él a una vida nueva (Rm 6,8), y la Eucaristía, en la cual los Apóstoles reconocen al Señor en la fracción del pan.

3. El tiempo de Pascua

EL TIEMPO DE PASCUA dura siete semanas. Comienza con la fiesta de la PASCUA DE RESURRECCIÓN.

Los cincuenta días después de Pascua se prolongan como un solo día de fiesta, como un solo gran domingo. Y durante todo este tiempo la Iglesia canta la alegría del Cristo Resucitado. Las fiestas más importantes de este tiempo son la Ascensión y Pentecostés.

La ASCENSIÓN celebra el regreso del Cristo Resucitado a la Casa de su Padre. Así abre para todos nosotros el camino hacia el Padre Dios. Se confirma y manifiesta de manera solemne a Jesucristo como Señor del Universo.

PENTECOSTÉS cierra el tiempo pascual. Celebra la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles. Jesús no deja abandonados a los suyos. Al contrario: les envía los dones necesarios. En el Antiguo Testamento era la fiesta de la cosecha. Según san Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, es el día en que nace la Iglesia.

Recordemos: el “Ciclo de Pascua” se inicia con la Cuaresma (miércoles de ceniza) y finaliza con Pentecostés. El Tiempo Pascual se inicia el Domingo de Resurrección, y finaliza en Pentecostés.

Después de Pentecostés sigue la segunda serie de DOMINGOS DURANTE EL AÑO (o Tiempo Ordinario). Los domingos del Tiempo ordinario toman de nuevo el hilo del Evangelio que habíamos comenzado antes de Cuaresma.

El Año Litúrgico termina con la solemnidad de JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO.

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